Camila
Marina me miraba con una mano en la cintura y ojos que echaban chispas. Yo la contemplé entre el horror y la sorpresa, ¿cómo supo que todo era una mentira? Cuando lo entendí, quise abofetearme, ella debió escucharnos discutir.
Pasé saliva, tenía qué negarlo hasta el final y convencerla de que se equivocaba.
—¡¿Acaso estás loca?! ¡Nada es falso y te advierto, aléjate de mi prometido!
—¿Prometido? —Sonrió burlona—. Qué graciosa eres. Ya decía yo que alguien como él no podía enamorarse de una mujer simple como tú.
Marina encendió la pantalla de su celular y lo colocó sobre mi escritorio. De inmediato, las voces de Julián y mías provenientes de la grabación en su teléfono hicieron que la sangre se me fuera a los pies.
«¡Camila, puedo explicarlo!» —dijo Julián.
«No tiene nada que explicar —decía yo—. Nuestra relación es falsa. Ahora suélteme. Puede hacer lo que guste con Marina».
Parpadeé con la boca seca y alcé el rostro hacia ella. Desde abajo vi sus labios rojos curvados en una