Era pasada las nueve de la noche cuando entre al departamento. Todo estaba en silencio, la luz de la cocina apagada, al igual que la del salón. Me recordó a la casa de mis padres, donde se dormía temprano y no se podía levantar la voz después de las nueve de la noche. Un escalofrío me recorrió la columna.
Tragué mientras avanzaba. No sabía qué actitud tendría Julián.
A Emilio no le gustaba que compartiera con otros hombres, ¿Julián sería igual? Recordé el día en que me fui de casa, Emilio me lastimó enojado porque me había visto con Octavio.
De nuevo aquella sensación que creía superada volvía: las manos me sudaban, las piernas me temblaban, mi corazón latía como en un pozo oscuro.
La puerta de su cuarto estaba entreabierta, me asomé con cautela.
—Hola —saludé.
Julián leía acostado en la cama, apartó los ojos del libro y me miró con una sonrisa.
—No te escuché llegar. —Dejó el libro en la mesita y se sentó en la cama—. ¿Cómo te fue?
Terminé de entrar y me senté a su lado. Julián me o