Seis años atrás, cuando Emilio comenzó a cortejarme, yo me sentí como una princesa, una cenicienta moderna a quien el príncipe acababa de descubrir. Luego nos casamos y esa sensación de cuento de hadas aumentó. Mi boda fue una ceremonia de ensueño; la luna de miel, un viaje al Paraíso. No existía en el mundo una mujer más feliz que yo, la vida aparecía ante mi brillante y llena de posibilidades.
Pero el felices para siempre se convirtió en una pesadilla y el hasta que la muerte los separe en una sentencia. A veces en los momentos más oscuros de mi matrimonio me sentaba con el álbum de bodas en las piernas y repasaba una y otra vez las fotografías, como si de esa forma pudiera volver en el tiempo y arreglar todo lo que estaba mal.
Pero no se podía. No había vuelta atrás.
Suspiré un par de veces con las lágrimas temblando en mis ojos, parpadeé para retenerlas. Me compuse lo mejor que pude para no volver a ser Camila de Santamaría, la Cenicienta a quien la zapatilla se le convirtió en un