La luz tenue del camerino era cálida, íntima, un pequeño universo de calma artificial en el corazón del colosal Teatro de la Ópera. Olivia se quedó inmóvil frente al espejo iluminado, observando a la mujer que le devolvía la mirada. No era la Olivia Hale, la hija no deseada, la exesposa traumatizada. Tampoco era solo Olivia Winchester, la consorte de un hombre poderoso. Era Olivia, la violinista. Y esta noche, ese era el único nombre que importaba.
Su vestido era de un largo y sencillo modelo de seda color ébano, caía en pliegues perfectos. No llevaba joyas, solo los reflejos azabaches de la tela y la palidez solemne de su rostro. Sus manos estaban descansando sobre el regazo, eran instrumentos preciosos y frágiles. Las observó, memorizando cada línea, cada callo sutil ganado en horas de práctica. Eran sus armas y su voz.
Un leve temblor, imperceptible para cualquiera que no fuera ella, le recorrió los dedos. Lo apretó contra el muslo. No. Hoy no.
Esta era su segunda presentación desd