El motor del Bentley negro ronroneó suavemente mientras Andrés los alejaba del distrito financiero, sin un destino fijo, solo con la orden tácita de poner distancia entre ellos y la ponzoña que Beatriz había dejado flotando en el aire. Dentro del coche, el silencio era espeso, cargado de la angustia palpable de Olivia y la fría furia de Lion.
Ella se había recostado contra la ventana, con su mirada perdida en el trajín de la ciudad, pero sin ver realmente nada. El rostro que se reflejaba en el cristal estaba pálido, tenía los ojos vidriosos por las lágrimas que se negaba a derramar. Era la expresión de alguien cuyo trauma más profundo había sido desenterrado y usado como un arma. Cada temblor que recorría sus hombros, cada respiración entrecortada que lograba contener, era un recordatorio de la brutalidad psicológica que acababa de sufrir.
Lion la observaba desde su asiento, y una ola de protección tan feroz que rayaba en la violencia lo inundó. No solo odiaba a Beatriz en ese momento