El Bentley negro continuó su deriva urbana, navegando las arterias de la ciudad como un barco fantasma. Dentro, el mundo se había reducido al espacio compartido entre Lion y Olivia, a la calidez de su abrazo y al eco sordo del dolor que lentamente comenzaba a ceder. El temblor de Olivia había amainado, reemplazado por un agotamiento profundo y una quietud frágil. Las lágrimas secas le brillaban en las mejillas como rastros de rocío sobre pétalos marchitos.
Lion no presionó. Permaneció a su lado, usando su presencia como una fortaleza silenciosa, al tiempo en que con su mano trazó círculos lentos y reconfortantes en su espalda. Sabía que la herida abierta por Beatriz no se cerraría con palabras fáciles, sino con el tiempo y la certeza de su lealtad.
—También los busqué. —Murmuró Olivia de repente, con su voz ronca por el llanto, rompiendo el silencio. —A esos hombres. Después de... después de que todo pasó y mi mente empezó a aclararse. Quería... necesitaba hacer algo. Sentir que tenía