El aire frío de la ciudad golpeó el rostro de Beatriz como un recordatorio de su humillación. El eco de las puertas de vidrio del edificio Winchester cerrándose a sus espaldas sonaba como un portazo final. Ajustó la correa de su bolso con un gesto brusco, teniendo los nudillos blancos de ira, cuando su mirada, aún cargada de veneno, se cruzó con una figura familiar que acababa de salir de un coche negro estacionado justo enfrente.
Olivia.
Por un instante, la máscara de Beatriz se quebró, mostrando el despecho puro y la frustración. Pero fue solo un destello. En un abrir y cerrar de ojos, su expresión se transformó. La tensión en sus hombros se relajó, y una sonrisa serena, casi condescendiente, se dibujó en sus labios carmesí. Parecía una actriz que, tras un breve descuido, retomaba su papel con maestría.
—Olivia. —Saludó, con una dulzura que sonaba falsa y cortante. —Qué casualidad encontrarte aquí tan temprano. No esperaba que... bueno, que estuvieras tan al tanto de los movimientos