La mansión de Lion era un santuario de silencio y orden, un contraste brutal con el caos emocional del que acababan de escapar. Olivia, moviéndose como un autómata, ayudaba a Lion a guardar algunos documentos en la biblioteca. Sus manos realizaban las acciones, pero su mente estaba a kilómetros de distancia, revolviéndose en un torbellino de dudas y recuerdos amargos.
La expresión de su madre en la calle… ese destello de pánico ante la pregunta sobre su parentesco… no se iba. Se enredaba con otros recuerdos, más antiguos, que de repente cobraban un nuevo y siniestro significado.
—Olivia.
La voz grave de Lion la sacó de su ensoñación. Él le había quitado suavemente la carpeta que sostenía sin darse cuenta y la había dejado sobre el escritorio. Sus manos, grandes y firmes, se posaron sobre sus hombros.
—Basta por hoy. —Dijo, su tono no era una orden, sino una afirmación suave. La guio lejos del escritorio, hacia el amplio sofá de cuero que dominaba la estancia.
Olivia se dejó llevar, su