La idea de Clara era tan arriesgada que rozaba lo suicida. Atraer a todos los depredadores a un mismo lugar y hacer que se aniquilaran entre sí. Pero, como señaló Samuel, era la única estrategia con una probabilidad superior al 5% de que la Fundación Aurora sobreviviera intacta. No se trataba de ganar. Se trataba de sobrevivir al fuego cruzado.
El nuevo pabellón de meditación, bautizado como «La Cúpula de los Ecos», sería el cebo. Pero no un cebo pasivo. Sería una obra de arte terapéutica funcional, construida con principios públicos de la metodología Aurora (los simplificados), pero con sutiles e intencionadas «imperfecciones» en el diseño que solo un ojo experto, alguien que buscara los secretos más profundos, notaría. Serían grietas deliberadas en la fachada, invitaciones para que los curiosos cavaran más hondo.
Mientras los constructores trabajaban en Kent, Samuel y Clara se convirtieron en arquitectos digitales de una trampa mayor. Crearon un personaje: «El Archivista», un erudit