a paz, cuando llegó, tuvo la textura del vidrio templado: transparente pero bajo tensión constante. Tres meses después de la exposición de Luka Jarnovic, la Fundación Aurora había recuperado su ritmo. La notoriedad del incidente de Venecia, manejada con maestría por Olivia, se había convertido en un extraño activo: ahora eran sinónimo no solo de curación, sino de resiliencia cibernética. Recibían solicitudes de otras instituciones benéficas para consultoría en seguridad, que Samuel rechazaba sistemáticamente.
En su apartamento, Samuel y Gabriel habían encontrado un nuevo equilibrio. Los cactus de Gabriel florecían junto a las pantallas en silencio de Samuel. Era una metáfora que a ambos les complacía.
Fue una tarde de lluvia tranquila cuando llegó el paquete.
No estaba dirigido a la Fundación, ni a Lion o Olivia. Llegó por mensajero privado, con un coste de envío exorbitante, a nombre de Clara Finch. No había remitente, solo unas coordenadas geográficas impresas como sello: 48.8584° N