La mansión Winchester, antaño un símbolo de opacidad y poderío frío, se había transformado en un hogar. Pero esa noche, las sombras parecían más largas, los ecos más persistentes. Olivia recorría la nursery con Eliana en brazos, meciéndola con un movimiento rítmico y automático, pero su mente estaba a kilómetros de distancia, atrapada en la sala de juntas de Hale Enterprises. Cada susurro de la bebé, cada crujido de la madera noble de la casa, le parecía el preludio del derrumbe.
Lion la encontró allí, de pie frente al ventanal que daba al jardín nocturno. Sin mediar palabra, se acercó y rodeó con sus brazos a ambas, formando un frágil círculo de protección contra el mundo exterior. Olivia sintió la tensión en su cuerpo, la misma que recorría el suyo.
—No podemos hacerlo, Lion —murmuró ella, apoyando la cabeza en su hombro—. No podemos sentarnos a esperar a que ese edificio se convierta en una tumba.
—No vamos a esperar —respondió él, su voz un susurro áspero en la oscuridad—. Pero ta