El silencio en el piso 40 de la torre corporativa de Hale Enterprises tenía una cualidad distinta a cualquier otro silencio que Olivia hubiera experimentado. No era la quietud vacía de los primeros días tras la muerte de Silas, ni la calma tensa que precedía a las grandes tormentas financieras. Este silencio era espeso, pesado, cargado de un presentimiento que se había estado gestando durante semanas, desde que Lion ordenara la auditoría completa de todos los activos inmobiliarios heredados de su padre.
Olivia se mantenía de pie frente al ventanal panorámico, observando cómo las primeras luces del amanecer comenzaban a rasgar el cielo nocturno de Londres. Abajo, la ciudad era un tapiz de sombras y destellos puntuales, un organismo que dormitaba, ajeno a la crisis que se cernía sobre ellos. En sus brazos, Eliana, de apenas seis meses, dormía plácidamente, ajena al peso que oprimía el corazón de su madre. La pequeña era un faro de inocencia en la creciente oscuridad, un recordatorio con