El festival de música comunitaria fue un éxito arrollador. Durante tres días, los jardines y el salón principal de la Fundación Aurora resonaron con una cacofonía gloriosa de sonidos: desde el clásico meticuloso de un cuarteto de cuerda hasta el jazz improvisado, desde las canciones folclóricas de los abuelos del barrio hasta los experimentos electrónicos de los residentes más jóvenes. La prensa, atraída por el evento, no pudo sino retratar la vitalidad del lugar y la palpable dedicación de Olivia, quien, lejos de parecer una figura decorativa o inestable, era el alma organizativa y el corazón emocional de todo.
La columna venenosa de Cecilia pareció disolverse ante la evidencia tangible. Pero para Beatriz, lejos de ser una derrota, fue un agravio más. Su envidia, como un vino malo, se avinagró hasta convertirse en un rencor tóxico. Ver a su hermana no solo resistir su ataque, sino florecer a pesar de él, fue la confirmación de su peor temor: Olivia era, de alguna manera fundamental q