El pasillo de la suite privada del hospital era un túnel de silencio y lujo opresivo. Caleb apenas podía respirar, con el peso de la mirada gélida de Olivia aún grabada en su piel como una quemadura. Cada paso que lo alejaba de esa puerta de roble era un esfuerzo sobrehumano. No había logrado el perdón, no había encontrado la rendija de compasión que esperaba. En su lugar, había sido declarado enemigo. Anulado. Y lo que era peor, la frialdad de Olivia era más aterradora que cualquier explosión de ira de Lion. Era el fin de algo, y el principio de una pesadilla cuyo alcance aún no podía vislumbrar.
Fue en ese momento, cuando su mente nadaba en un torbellino de desesperación y miedo, cuando una figura emergió de un nicho oscuro junto a la puerta de una habitación de servicio. Allison. Su rostro, que antes estuvo marcado por las lágrimas y la histeria, estaba ahora demudado por una indignación furiosa. Había estado allí, escuchando. Había oído cada palabra, cada matiz de la conversación.