CAPÍTULO — Cuando el alma cae (Parte I)
El pasillo del juzgado, que minutos antes había sido escenario de risas tímidas, alivio contenido y ese destello de esperanza que suele llegar después de la justicia, se transformó de golpe en un corredor saturado de ansiedad. Apenas el cuerpo de Victoria se desplomó entre los brazos de Samuel, la tensión se quebró como un vidrio fino, y en lugar del eco de los pasos del tribunal comenzaron a escucharse voces apuradas, instrucciones cortas y la respiración acelerada de todos los presentes.
Felipe, que un segundo antes estaba bromeando sobre valses y casamientos, reaccionó con la velocidad y la precisión de un profesional que conoce demasiado bien la delgada línea entre un simple susto y una emergencia. Se inclinó junto a Samuel, tanteó el pulso, abrió suavemente uno de los párpados de Victoria y exhaló un suspiro cargado de preocupación.
—Esto es desmayo por estrés, don Ernesto —dijo mientras intentaba mantener la calma—, pero no podemos arriesg