CAPÍTULO — El padre vuelve a respirar
Ernesto apenas había cruzado la puerta de salida cuando Felipe, siempre un paso detrás pero con la actitud de quien se cree imprescindible, aceleró el paso para ponerse junto a él. Llevaba la campera del enfermero colgada del antebrazo y el estetoscopio mal acomodado, como si fuese más un accesorio teatral que un instrumento real, y miraba a todos lados con ese aire de cuidador profesional que se toma muy en serio su papel… aunque nadie se lo tome en serio a él.
Clara caminaba del otro lado, sosteniendo suavemente el codo a su esposo, no para frenarle la marcha, sino para dosificarla, porque Ernesto avanzaba con una determinación tan grande que a veces el cuerpo no terminaba de acompañar ese ímpetu.
Felipe fue el primero en romper el silencio solemne del tribunal, un silencio cortado por la sentencia, las miradas de espanto de los culpables y el temblor contenido de quienes habían esperado este día demasiado tiempo.
—Bueno, bueno… —murmuró