Al ingresar a la emergencia, Andrés aún llevaba su traje de fiesta, con la camisa abierta y la corbata colgando como si hubiera sobrevivido a una guerra, o a una luna de miel con consecuencias médicas. Verónica también venía vestida para la ocasión, aunque su peinado parecía haber peleado con un huracán… y perdido.

El paramédico irrumpió en urgencias como si trajera un herido de guerra:

—¡Código berenjena! ¡Héroe caído en combate íntimo!

El residente lo miró con una mezcla de horror y diversión.

— ¿Doctor Nobrega? —dijo, conteniendo una carcajada.

—Avisa a Ritz. Y rápido —ordenó Andrés, apretando los dientes.

—Debo examinarlo, doctor…

— ¡Necesito a mi urólogo! También soy médico, no me pongas a explicar la geometría de mi tragedia.

El joven levantó la sábana con cautela. Al ver el estado del pene, hizo una mueca como si hubiera visto el final de una película triste.

—Necesitamos hacer una ecografía. Y… tal vez terapia psicológica —lo último lo susurró, pe