Capítulo 45. Los límites del juego

Aunque eran altas horas de la madrugada, Mauricio seguía despierto por una razón de peso.

Catalina, aún con la respiración agitada, sonreía satisfecha, envuelta en sábanas que olían a perfume caro y a culpa.

—Valió la pena —susurró, acariciando su pecho con la voz entrecortada—. La infidelidad de Thomas valió la pena. Eres bueno Mauricio, muy bueno.

Mauricio se subió los pantalones sin mirarla. Buscaba la camisa entre el desorden del cuarto, pero su cabeza estaba lejos, en Verónica, en el anillo brillando bajo los flashes, en la ovación de la sociedad de Miami.

Era absurdo seguir pensando en ella. Sabía lo que iba a pasar. Y, en el fondo, se había preparado para eso.

—Debiste llevarme a tu departamento —dijo Catalina, en tono casi dulce—. Podría haber salido en la mañana, no ahora, como ladrón en la noche.

Mauricio giró la cabeza. Ella estaba tendida sobre la cama, completamente desnuda, con una sonrisa sin pudor que rozaba el exceso de confianza.

Ya habían hec
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