Capítulo 17. Descubiertos
Mauricio eligió un restaurante pequeño frente al mar. No tenía manteles de lino ni lámparas de cristal, solo mesas de madera gastada, debajo de un toldo. El sonido constante de las olas rompiendo contra la orilla propiciaba un espacio relajante y lo suficientemente romántico para que algunas parejas estuvieran allí conversando.
Él pidió la mesa más cercana al agua, donde el viento traía olor a sal y la brisa jugaba con el cabello de Verónica.
—Es muy bonito este lugar, no lo conocía —dijo Verónica mirando a su alrededor y no a Mauricio.
Un mesero se acercó a tomar la orden.
— ¿Qué deseas comer?
—Ya cené, me puede traer un té helado —pidió Verónica, Mauricio ordenó Cebiche y tostones.
— ¿No has cenado a esta hora? —Preguntó Verónica y en su voz había un deje de preocupación.
—Demasiado trabajo en el bufete, de no haber venido no hubiera cenado —Mauricio hizo una pausa—. Si tengo hambre como en la calle, sabes que cocinar no es lo mío.
—Culpa de la señora Zule