— ¿Qué es lo que acaba de pasar? —Preguntó Verónica que se sintió como si le hubieran pasado por encima con sotana y todo.
Andrés rascó su nuca, se le veía contrariado.
—Mi tío es monseñor, muy allegado a mi madre.
Andrés la haló en dirección a los establos.
—Pero Andrés, espera un momento, sabía que tu mamá no iba a estar conforme, pero ¿escuchaste lo que dijo? Que estando conmigo serías un adúltero.
Andrés hizo una mueca.
—Puedo vivir con eso, no te preocupes.
Verónica no se dejó llevar, ahora es que se está dando cuenta de lo que esto significaba para una familia de devotos católicos.
—Pero Andrés, ¿cómo me traes sin advertirme?
Andrés le levantó la barbilla y la miró a los ojos.
—Tengo años que no recibo la comunión, desde antes de acostarme contigo, no soy un santo, Verónica, no te sientas mal. Y te dije que era mejor esperar para decirle a mi mamá, pero tú tuviste que decirlo apenas llegamos.
—Porque yo creí que estaría decepcionada porque queríamos una boda pequeña, no por… lo otro.
—Tú quieres una boda pequeña, pero tengo la esperanza de convencerte, yo quiero una gran fiesta.
Verónica lo abrazó.
—Yo no te merezco, Andrés.
Él besó su cuello.
—Soy yo el afortunado, y no quiero que te preocupes por mi madre, si consigue la anulación de tu matrimonio, entonces genial, nos casamos por la iglesia, no creo que Mauricio tenga problemas con eso.
—No, para nada…
La voz de Verónica era baja, casi insegura. En el fondo, estaba preocupada porque Mauricio había estado actuando de forma extraña últimamente.
La hacienda Madeira era hermosa y pronto Verónica se tranquilizó, imaginaba a su hijo allí, de seguro le encantaría montar a caballo y las vistas.
Como siempre, Andrés era el perfecto caballero. Lo había conocido en uno de los eventos de caridad que organizaba su madre, aun no podía creer que él creyera que era el afortunado y no al revés.
RECUERDO
Verónica había sido contratada para un enorme pedido variado. Al ser venezolana, en Miami había podido vender sin problema los postres autóctonos, pero también tenía de todas partes del mundo.
María Nobrega en persona había ido a su pequeña pastelería a degustar su menú, la contrató y le advirtió que el pedido debía quedar perfecto, porque era un evento muy importante y asistiría la crema y nata de la sociedad de Miami.
Verónica llegó un poco tarde, nerviosa y preocupada por la perfección, no llevaba ayudante, aún no tenía.
Bajó de la camioneta alquilada y se armó con las primeras bandejas, pidió ayuda a los ayudantes de cocina, pero todos estaban tan atareados como ella.
— ¿Necesitas ayuda? —preguntó una voz masculina detrás de ella.
Verónica giró. Un hombre alto y guapo, con camisa blanca arremangada y sonrisa tranquila, ya tenía una bandeja en las manos.
—Gracias… ¿Eres parte del equipo?
—No exactamente —respondió él, guiándola hacia la cocina.
Caminaron en silencio por el pasillo. Verónica notó que no tenía actitud de empleado, pero tampoco parecía un invitado. Era como si el lugar le perteneciera sin necesidad de imponerse.
Después de meter todo y que él le sirviera de asistente pasándole los instrumentos necesarios para montar la torta de 5 pisos. Verónica sonrió aliviada mirando el reloj.
—Justo a tiempo. Gracias, de verdad —dijo mirándolo, él tenía las manos en los bolsillos.
—Soy Andrés —dijo estirando la mano para presentarse.
—Verónica —contestó ella dándole la mano, con la otra buscó el bolsillo trasero de su jean y le ofreció una tarjeta—. Si necesitas trabajo como ayudante —sugirió sonriente.
Andrés se echó a reír.
—Qué lástima que ya tengo empleo, pero créeme que haré lo posible para que te sigan contratando, me gustó ser el ayudante de la pastelera.
Verónica se rio, nerviosa.
—Pues qué suerte la mía.
Andrés la miró con una luminosa sonrisa.
—La suerte es mía. No todos los días alguien trae postres que huelen a tu infancia.
Verónica quería seguir conociendo a tan apuesto y agradable hombre, pero lo llamaron:
—Señor Andrés, ya va a empezar el evento, su madre pregunta por usted —dijo una joven desde la puerta de la cocina.
Andrés la miró con una sonrisa apenada, tampoco se quería ir.
—Ya tengo tu número Verónica —advirtió y guardó la tarjeta.
Verónica lo observó que entrar a un armario y salir como con todo el traje de gala, tan bello como príncipe de cuento moderno.
Le hizo un guiño y entró al evento que se llenó de aplausos.
—Tengo el agrado de presentarles al médico principal de esta noble causa, mi hijo, el cirujano Andrés Nobrega.
FIN DEL RECUERDO.
Durante la cena, de nuevo María se les unió en la mesa.
Verónica sirvió el plato de Andrés antes de que él se levantara, tal como lo debía hacer una buena esposa, con devoción. Le sirvió Bacalao, luego ensalada fresca, cuando le iba a poner papas al vapor él negó con amabilidad, ella le entregó el plato y él le sonrió con la cortesía que se usa cuando alguien te ofrece algo que no pediste.
María se acomodó la servilleta sobre las piernas y habló con tono de anuncio oficial.
—Hablé con mi hermano esta mañana. El monseñor. Le conté todo el caso.
Verónica dejó el cucharón en la fuente antes de servirse. Andrés se inclinó, atento.
— ¿Y qué dijo? —preguntó él.
—Que aunque lo ideal sería presentar el caso en la arquidiócesis donde se celebró el matrimonio, hay una vía pastoral para hacerlo aquí, en Miami. Si ambos involucrados están de acuerdo, el tribunal local puede hacer el trámite.
Verónica alzó las cejas.
— ¿De verdad? Creí que era imposible.
—Lo cierto es que los tribunales canónicos siempre han existido, solo que desde el año 2015, el santo papa ha hecho énfasis en tomar más atención a estos procesos. Así que confío en que podrás borrar ese error de tu vida.
—Como si nunca hubiera ocurrido —completó Andrés de forma pragmática.
De repente Verónica sentía que su estómago se había cerrado y se mantuvo en silencio.
Al divorciarse, dio por culminado el capítulo de Mauricio, ¿pero como si no hubiera ocurrido? ¿Podría verlo de una manera tan simple?
María asintió complacida consigo misma.
—No perdí tiempo y ya hablé con el vicario judicial. Está dispuesto a recibirlos el lunes. Solo falta que Verónica y su exesposo se presenten juntos. Sin escándalos. Sin evasivas y respondan al proceso, solo papeleo, nada que temer.
Verónica respiró hondo.
—Lo haremos entonces.
—Buenísimo, entonces podremos dedicarnos a los detalles de la boda —María los miró a ambos con las cejas alzadas—. Me retiraré temprano, sus habitaciones están preparadas, porque no dormirán en la misma hasta que se hayan casado.
No obstante, Andrés no tenía intenciones de respetar las reglas de su madre y a la hora de ir a dormir se metió en la habitación de Verónica.
—No Andrés, si tu mamá se entera le caeré peor.
—Mi madre te adora —dijo mientras la besaba y le desabrochaba los botones de la blusa.
—Podemos esperar a regresar…
—Seré muy rápido.
Verónica correspondió a sus besos y le sacó la camisa por la cabeza, cuando sus manos fueron a abultamiento de su pantalón y acarició la dureza, él emitió un sonido ahogado y apretó los ojos quedándose muy quieto.
Verónica desvió la mirada al suelo al entender que él ya no podía continuar.
—Maldición, no me refería a que fuera tan rápido —se lamentó Andrés.
No era la primera vez, ella había leído que es algo relativamente común en hombres con mucho estrés, quería ser comprensiva.
Verónica suspiró y le dio un beso en los labios sin juzgarlo.
—No importa Andrés, mejor que nos portemos bien.
Él se puso la camisa de nuevo y se despidió de ella.
Verónica se quedó en silencio, con la blusa desabrochada y el deseo intacto.
No era grave. Pero tampoco era justo quedarse con las ganas. Suspiró, se acomodó el cabello y pensó:
«Con Mauricio nunca pasó… pero con Andrés, al menos, hay amor».
Y eso debería bastar.
Aunque esta noche, no bastó.