Cuando Mauricio colocó a Daniel en la alfombra de la sala del apartamento, el pequeño, aún con su dinosaurio de peluche en la mano, parloteó emocionado:
—Papá, si hoy gana La Vinotinto, mañana compraremos ese cachorrito, ¿vale? El tío Andrés dijo que hay que sacarlo a pasear todos los días y alimentarlo con comida para perros...
No respondió, simplemente se sentó en el sofá y miró a su hijo.
Daniel, con un pijama azul de oso, el pelo un poco despeinado, los ojos brillantes al hablar, un parecido increíble con Verónica.
De repente recordó cuando Verónica estaba embarazada, sentada en su pequeño apartamento alquilado, con los brazos apoyados en los suyos, diciendo: —Espero que el bebé tenga los ojos brillantes como tú.
En aquel entonces, imaginaban que el futuro sería como pan recién horneado, calentito y fragante.
—Papá, ¿por qué no me hablas?
Daniel se subió a su regazo y le dio un golpecito en la barbilla con su dinosaurio de peluche.
Mauricio recobró el sentido y le dio una palmadita en la cabeza a su hijo.
—Nada. Papá solo estaba pensando dónde llevarte a desayunar mañana. Veamos el partido primero y luego te acostaré, ¿de acuerdo?
Daniel asintió y se sentó obedientemente en sus brazos.
El partido empezó en la tele, con los jugadores corriendo por la cancha y los vítores a todo volumen por los altavoces, pero Mauricio no pensaba en eso, solo podía pensar en cómo Verónica le dijo “Sí acepto” a la cara siempre sonriente de Andrés.
A las diez de la noche, Daniel bostezó y se frotó los ojos.
—La Vinotinto perdió. ¡Qué lástima! —se lamentó Daniel.
—Sí, que mal.
Mauricio lo llevó en brazos a la habitación.
La habitación de Daniel estaba llena de pegatinas de dinosaurios, estaba obsesionado con ellos. Mauricio vigiló que cepillara sus dientes y lo arropó.
—Papá, ¿mañana hablaremos por videollamada con los abuelos?
—Sí…
— ¿Y me llevarás al centro comercial luego?
—Ya duerme, que mañana tienes clase y yo tengo mucho trabajo en la oficina.
—Papá, ¿de verdad el tío Andrés va a ser mi nuevo papá? ¿Jugará al fútbol conmigo?
Mauricio se puso rígido un momento. Acarició la cabeza de su hijo. Su voz era suave.
—Sí, posiblemente puedas enseñarle a jugar fútbol.
— ¿Papá cuando seas socio de la firma de abogados dejarás de tener tiempo para pasar conmigo los fines de semana?
—Jamás te desharás de mí, ¿lo has entendido? Hasta que me envíes a un asilo—dijo Mauricio, con algo de tristeza pero con firmeza.
Le pellizcó la mejilla a su hijo.
—Podrías volver a casarte y tener más hijos —dijo el niño con inseguridad.
—Eso no pasará —Mauricio se levantó—. Ahora duérmete.
—Papá, enséñame una nueva oración —dijo Daniel con los ojos muy abiertos—. El tío Andrés sabe oraciones muy bonitas, me las está enseñando, pero aun no me las sé de memoria.
A Mauricio se le encogió el corazón, no quería que Andrés con su perfección también le ganará a su hijo.
—Entonces papá te hará una, ¿de acuerdo? —Mauricio se aclaró la garganta, tomó la mano de su hijo, lo miró a los ojos expectantes y habló lentamente.
— “Señor, tú que todo lo ves —hizo una pausa—. Incluso los penales mal cobrados. Ayúdanos a ser buenos. Que a mi hijo no lo castiguen mañana en el colegio. Que su maestra se apiade como tú te apiadas de los pecadores y no le mande tareas de matemática. Que los dinosaurios no se extingan otra vez en su imaginación. Y si tienes tiempo, Señor, mándale un gol más a la Vinotinto mañana contra Argentina, aunque es un juego amistoso. Amén… o como dicen los T-Rex: grrrrmen.”
Daniel se echó a reír a carcajadas, haciendo un ovillo con su cuerpecito.
— ¡Papá, qué tonto eres! ¡Ni un T-Rex diría ¡grrrrmen!
Mauricio le revolvió el pelo y le dio un beso en la frente.
—Duérmete.
—“Sión”, papá…
—Dios te bendiga hijo, hasta mañana.
Mauricio salió de la habitación de su hijo y, aunque sabía que lo mejor era acostarse, sus pies lo dirigieron de vuelta a la cocina.
Sacó una cerveza del refrigerador y salió al balcón. Allí, con la brisa nocturna acariciándole la cara, se quedó mirando el campo de golf y las palmeras que decoraban la avenida.
—No sé por qué me siento así —dijo hablando consigo mismo—. Cómo si no la hubiera perdido ya. Hace años que la perdí.
Volteó hacia el pasillo donde su hijo descansaba.
—Llegará Andrés con su encanto y también conquistará a Daniel, con sus oraciones bonitas y vida ejemplar.
Mauricio miró al cielo.
—No quiero que se case, Señor —dijo como si completara la oración que hizo con su hijo.
Al día siguiente a media mañana, Verónica estaba llegando a una hermosa hacienda, Andrés como el perfecto caballero, abrió su puerta y caminó con ella tomándola del brazo.
Doña María Nobrega, regia, vestida con un traje de pantalón y blusa color beige agitó su mano haciendo tintinear las perlas en su brazo.
— ¡Llegaron! ¡Qué bueno! ¡Qué emoción!
María abrazó a Andrés y luego a Verónica.
—Gracias por recibirme señora María —correspondió Verónica agradecida.
— ¿Y el pequeño? —Preguntó María.
—Está con su papá.
María sonrió y dio un suspiro que parecía de inconformidad, pero de inmediato sonrió de nuevo.
—Pero bueno, muéstramelo —dijo tomando las manos de Verónica.
Ella rio entendiendo que buscaba el anillo de compromiso, Andrés cambió de colores como un camaleón.
Verónica lo miró a él y a su suegra.
—Andrés quería comprarme un anillo, pero yo le dije que no era necesario. En la boda no intercambiaremos anillos. Así que no importa.
María la veía como si le hubiera nacido otra cabeza.
—No entiendo ¿cómo que no intercambiarán anillos? Además, el anillo de compromiso no es la alianza, es la marca de que es una mujer apartada para un hombre…
—Mamá, por favor no comiences con el sermón ahora, deja que le muestre la hacienda a Verónica, venimos algo cansados.
—Bueno está bien, pero no sé qué han planeado, pero ya hablé con el sacerdote de San Patricio, me avisará para que asistan al curso prematrimonial…
—Señora María, solo nos casaremos por matrimonio civil, en una ceremonia pequeña —informó Verónica avergonzada, pero aunque Andrés quería postergar la noticia, ella consideró que era mejor arrancar la bandita.
—Pe-pero… ¿Por qué? —Preguntó María como si le hubieran informado de una enfermedad terminal.
Verónica estaba roja como un tómate maduro.
—Porque yo antes estuve casada por la iglesia…
— ¡¿Cómo?! —Inquirió la doña estupefacta—. Entonces no puedes casarte de nuevo ante Dios, la iglesia hace un solo matrimonio. Sigues unida a otro hombre y harás de mi hijo un adúltero —expresó María con la cara muy pálida.
Verónica quería que se la tragara la tierra.
—Mamá, por favor —expresó Andrés en súplica—. Ahora no, después de la cena hablaremos de esto.
María se veía desesperada.
—Pero es qué —miró a Verónica—... Hija, no es nada en tu contra, pero creí que no te habías casado antes. Por eso permití que mi hijo te cortejara.
—Te dije que estaba divorciada, y además tú no me das permiso de cortejar a una mujer, soy un hombre —intentó Andrés calmar los ánimos con una sonrisa, pero tajante…
—Pero creí que era un decir, eso de que estaba divorciada. Y es que Verónica es tan joven, que creí que solo había cometido un desliz...
—Mis padres también son muy católicos, por eso me hicieron casar. Aunque no debí. Mi matrimonio no duró mucho tiempo, nos casamos porque yo estaba embarazada, y él no estaba listo para enseriarse, tenía amantes antes y después de casarnos.
María hizo una pausa maquinando en su mente una solución a la catástrofe.
—Pero básicamente dices que te obligaron tus padres. Tu esposo te engañó, te hizo promesas que no cumplió. Eso es una e****a al sacramento del matrimonio.
Verónica no quería hacer creer que Mauricio era un monstruo, o que sus padres eran malas personas, pero no tenía muchos argumentos para defender la situación.
—Bueno éramos muy jóvenes.
—Y fuiste bajo coacción.
—Eh… No, yo estaba enamorada.
—Pero no sabías quién era tu novio realmente. Un hombre demasiado joven e impertinente llevado por compromiso y sin intención de cumplirte…
Verónica se sentía en el purgatorio.
—Pero ahora nos llevamos bien, somos amigos, ha madurado… hemos madurado. Y se lleva bien con Andrés…
—Hablaré con monseñor ahora mismo. Gestionaremos la nulidad ante la diócesis.
— ¡¿Qué?! —Exclamó Verónica.
—Yo me encargo mijita —enfatizó María dándole palmaditas en el antebrazo—, si tu ex hoy en día es tu amigo, no tendrá problema en declarar a favor de tu alma, pues no tienes la culpa de haber sido engañada.
—Perdón señora María no estoy entendiendo…
—Que anularán tu matrimonio anterior para que puedas casarte con mi hijo. Así podrán recibir la comunión. Andrés, lleva a Verónica a los establos, los están esperando con los caballos, yo tengo mucho que hacer, estas cosas pueden tardar. Con permiso, quedan en su casa.
María pasó con urgencia dispuesta a gestionar la vida de su hijo como era costumbre, pero ahora también Verónica entraba en el paquete.