El resto del fin de semana para Verónica, pasó entre paseos con María y momentos incómodos con Andrés. Aunque siguió siendo amable y caballero, no volvió a colarse en su habitación, ni a propiciar intimidad entre ellos.
Cuando Andrés estacionó la camioneta frente a la pastelería el domingo muy temprano, apagó el motor y suspiró.
—Estoy muy apenado con lo que pasó en la finca —dijo Andrés en voz baja—. Ya esto me está asustando.
Verónica negó con la cabeza.
—No te preocupes Andrés…
— ¡Claro que me preocupo!...
—Lo que quiero decir es que teníamos mucho estrés, por más que sea era la casa de tu madre —le justificó ella.
Andrés estiró la mano y tomó su rostro haciendo que ella lo mirara a los ojos.
—Deberías estar molesta. El fin de semana romántico se volvió un paseo frustrante.
—Estaba contigo, y eso lo hace perfecto.
Andrés hizo una mueca evidentemente inconforme y se inclinó y le dio un beso en los labios, Verónica puso sus manos en sus mejillas para retener su rostro y besarlo un poco más.
—Te amo Andrés.
—Y yo a ti —su voz sonó triste.
— ¿Qué te parece si el próximo fin de semana lo pasamos en tu apartamento, solos tú y yo? Verás que nada está mal —le propuso ella.
Andrés le dio otro beso y ella bajó de la camioneta con un extraño presentimiento de que las cosas no estaban bien.
En cuanto Verónica entró a la casa sus padres estaban en la mesa del comedor tomando café.
—Llegaste temprano —señaló su madre— ¿Todo bien?
Verónica aún conservaba el mal presentimiento.
—Sí, todo bien. Aunque mi suegra tuvo una idea algo inquietante —Verónica procedió a contar lo ocurrido, ambos padres escucharon atentos, se miraron y luego esperaron en silencio las conclusiones de Verónica.
—Y entonces ¿Qué piensan?
Rubén, su padre, dejó la taza sobre el platito con cuidado, como si el sonido pudiera alterar el aire. Lucía, su madre, en cambio, se mantuvo erguida, con los dedos entrelazados sobre la mesa, analizando la situación con más emoción.
Lucía fue la primera en hablar.
—Yo pienso que tu suegra es una mujer sumamente dominante. Está haciendo lo que hacen las mujeres que no aceptan perder.
Verónica frunció el ceño.
— ¿Perder? Es una devota, mamá. Creí que estarías de acuerdo.
Lucía negó con la cabeza.
—En realidad, no es que no esté de acuerdo, es que pienso que ella no lo hace porque es una cristiana ejemplar.
—Se preocupa por el alma de su hijo, como madre puedo entenderla —la defendió Verónica.
—Sí. Pero lo que más le importa es controlar la narrativa. Su idea de familia perfecta —Lucía tomó un sorbo de café—. Y tú, que eres buena, que quieres agradar, estás cayendo en su juego. A ver luego si te deja elegir al menos un juego de vajilla para tu propia casa.
Rubén la miró con calma.
—No creo que sea tan simple, Lucía.
— ¿No? ¿Y qué parte no es simple? —Preguntó la mujer que era una copia más madura de su hija—. Esa mujer pretende borrar un matrimonio como si fuera una mancha en la pared. Jamás vi tanta soberbia.
Verónica bajó la mirada.
Rubén se acomodó en la silla.
—Yo entiendo tu posición hija mía. Sé que te aferras a tu palabra y tú se la diste a Andrés, pero quisiera que lo pensaras muy bien —aportó el hombre de espeso bigote y mirada bondadosa—. Y no estoy en contra de Andrés. Pero me preocupa que estés tomando decisiones desde el enojo una vez más.
— ¿El enojo?...
—Sí. Con Mauricio. Por lo que hizo. Por lo que no hizo —agregó su padre. Se levantó y caminó hacia la ventana.
—Yo siempre pensé que Mauricio te amaba. Y tú lo amabas. Pero sé que el amor no siempre basta.
Lucía lo miró con dureza.
— ¿Y entonces qué? ¿Debió perdonarlo? ¿Volver con él? No parecen cosas tuyas, si querías matar a Mauricio cuando Verónica quedó embarazada.
—Sí bueno, pero luego de que se casaron fue otra cosa. Él era un muchacho, los hombres nos equivocamos, sobre todo cuando somos jóvenes e impetuosos.
— ¿Impetuosos? Mejor no sigas Rubén —le recriminó su esposa que odia tanto como Verónica las fallas de Mauricio.
Rubén se volvió hacia su hija.
—Verónica, si vas a hacer esto, hazlo por ti. No por Andrés. No por tu suegra. Ni por rabia a Mauricio.
—Lo haré por mí —dijo ella, aunque no estaba segura.
Lucía se levantó.
—Yo solo quiero que no te vuelvas a romper. Presiento que esto abrirá viejas heridas, y todo por la arrogancia de una mujer que quiere vivir la vida por su hijo —y salió de la cocina sin mirar atrás.
Rubén se acercó y le acarició el cabello como cuando era niña.
—Tú sabes lo que haces. Solo recuerda que hay cosas que no pueden borrarse.
Verónica a media mañana fue al departamento de Mauricio, le llevó café y un golfeado, ese era su postre favorito.
Lo encontró en el área recreativa de su urbanización. Daniel jugaba fútbol con niños de su edad, por supuesto Mauricio jugaba con ellos.
Mauricio al verla corrió hacia ella y los niños continuaron jugando.
Verónica lo observó. Pantalones cortos, franela sin mangas y lentes de sol. Se veía muy guapo sin la acostumbrada corbata.
Mauricio la invitó a sentarse en una línea de asientos de hierro forjado donde tenía las llaves y el teléfono celular.
—No tenías que venir, yo podía llevarte al niño.
—Te ahorré el viaje —contestó ella sonriendo.
Mauricio entrecerró los ojos.
— ¿Por qué tan amable?
—Yo soy amable, aunque sí necesito algo.
Mauricio sonrió de lado.
—No me lo digas, tu novio quiere un prenupcial y quieres que te represente como abogado.
Verónica puso los ojos en blanco.
—No seas absurdo.
Mauricio se rio.
—Entonces dime ¿En qué te puedo ayudar?
Verónica bajó la mirada al golfeado que aún tenía en la mano y se lo ofreció.
Como esperaba, Mauricio con cara de infante goloso tomó la bolsa y bebió del café. En cuanto vio el pan remojado en panela con queso encima alzó las cejas y le dio un gran mordisco.
—Nadie como tú me conoce, mi morenita.
Verónica paseó la lengua por su mejilla interna para evitar la sonrisa. Ese apodo cariñoso de otro tiempo y que tenía tanto sin usar.
— ¿Estás melancólico o qué? —Preguntó ella tratando de responder a lo que creyó era un juego, pero él no rio. Solo la observó, y su silencio decía más que cualquier declaración de amor.
Verónica se levantó para tomar distancia de él.
—Vamos a tener que acostumbrarnos a mantener una distancia prudente tú y yo. Pues sé que juegas, pero ahora estoy comprometida…
Mauricio sintió que el golfeado se le atragantaba. No por el dulce, sino por lo que acababa de escuchar.
—No estoy jugando. Lo digo muy en serio, quiero que consideres regresar conmigo.