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¡NO TE CASES! Eres mía hasta que la iglesia nos separe
¡NO TE CASES! Eres mía hasta que la iglesia nos separe
Por: Karina Peña De Goncalves
Capítulo 01. ​​¡Mamá a la oficina del director!​

 Verónica estacionó su viejo Chevrolet bajo un sicómoro a una cuadra del colegio. 

    El reloj del tablero acababa de pasar de las tres de la tarde, la fila de autos en la puerta del colegio era tan larga que era imposible estacionar allí.

   Cerró la puerta y vio su reflejo en la ventanilla.

   — ¡Por todos los cielos! —Su cabello castaño oscuro era un desastre, se quitó el pañuelo y lo metió en su bolso. Pasó las manos por su cabello y dio golpecitos en la camisa. La harina no se desprendió mucho, solo se hizo más visible —. Pareces una loca Verónica.

   Y así se sentía, desde que su novio Andrés le propuso matrimonio la semana pasada, su cabeza parecía una licuadora sin tapa. 

   Aún no podía creer que hubiera aceptado, pero sabía que era lo mejor para ella y para su hijo.

   Un niño de siete años necesitaba estabilidad, un "papá" no solo que jugara fútbol con él los fines de semana, uno que estuviera presente en las reuniones de padres y maestros, que le diera ejemplo cada día de su vida.

   El portón del colegio estaba abierto, como siempre a esa hora, y los niños comenzaban a salir en estampida. Hoy no estaba Daniel esperando, su pequeño estaba castigado en dirección.

   Caminó por el pasillo buscando el salón de Daniel y encontró a Marian, la maestra de segundo grado, caminando hacia ella con cara de “tenemos que hablar”.

   — ¿Qué hizo esta vez? —preguntó Verónica con las manos en las caderas.

   —No te asustes —dijo Marian levantando las manos—. Esta vez no peleó con nadie, aunque hizo llorar a Renata.

   Verónica parpadeó. Renata era la princesita de la clase, la que siempre traía moños perfectos. A cuya madre le encantaba dirigir cuanto comité de padres existía, disfrutaba presumiendo en las reuniones de los buenos modales de su hija. Incluso Daniel recitaba: «No toques los lazos de Renata, o su madre te dará una paliza». 

   —Pero eso es muy raro. Daniel no suele ser cruel. ¿Qué pasó?

    Los pasillos se fueron vaciando poco a poco, y solo se oía el lejano susurro del conserje al barrer.

   Marian suspiró, con ese tono que solo las maestras que también son amigas saben usar y se acercó a decirle casi en secreto.

   —Renata comentó que su papá no se estaba quedando en casa últimamente, y había dejado de contarle historias por las noches. ¿Qué crees que diría tu hijo?

A Verónica le dio un vuelco el corazón.

   —Dijo que era genial —Marian imitó la voz infantil de Daniel—. Que seguro se iban a divorciar y ella iba a tener doble regalo en Navidad. Y agregó: igual que Yo.

   Verónica se quedó en silencio con la mano cubriendo su rostro. No sabía si reír, disculparse o abrazar a su hijo por su lógica impecable.

     Daniel no recordaba tener una casa con padres que vivieran juntos, no obstante, nunca le había faltado amor. Ni regalos. Mauricio, su ex, podría ser un desastre como esposo, pero Daniel lo adoraba, su padre era su héroe, y quizás Verónica queriendo tener también esa admiración había caído en una tonta competencia por dar los mejores regalos de navidad.

   — ¿Está bien Renata?

   La maestra agitó la mano restando importancia.

   —Ya se le pasó. Lo que ocurrió es que llegó su madre más temprano, y fue a la dirección, creo que ella es la verdadera afectada.

   Ambas llegaron a la oficina del director donde una indignada mujer exponía su molestia de manera muy crítica.

   —Esto es inaudito, eh... Una total falta de valores es lo que tiene ese niño en su casa, y que venga a contaminar a mi pobre bebé, es demasiado.

   —Por favor, cálmese señora Salas. Recuerde usted, que son niños.

Verónica respiró hondo y, al abrir la puerta, y de nuevo pasó las manos por la camisa manchada de harina.

   En la oficina, la Sra. Salas, elegantemente vestida con un traje blanco, estaba sentada en el sofá, con su bolso de piel de cocodrilo sobre el regazo.

   El director estaba sentado tras su escritorio, con el ceño tan fruncido que podría atrapar una mosca. 

   Daniel y Renata estaban sentados en una mesita en un rincón, dibujando. Daniel garabateaba algo en el papel con un crayón, mientras que Renata aún tenía la barbilla ligeramente inclinada, con la mancha roja en el rabillo del ojo aún presente.

   —Buenas tardes —saludó Verónica y resistió las ganas de pasar las manos por su cabello, de seguro delante de la señora Salas se veía aún más desalineada.

   —Buenas tardes, señorita Machado, tome asiento por favor —le indicó el director.

   Verónica lo hizo muy recta, como si ella también fuera a recibir una reprimenda.

   —Señorita Machado, solo quisiera decirle que debe conversar con Daniel —El director se inclinó y habló en voz baja—. Hay conversaciones delicadas, como la existencia del hada de los dientes, o... separaciones...

   — ¡Yo no me voy a separar de mi esposo! —Ratificó la señora Salas en voz alta y todos voltearon a ver a los niños, menos la señora Salas que se dirigió a Verónica—. Señora Machado, creo que usted debe enseñarle a su hijo que respetar a las familias de los demás es la moral más básica.

Verónica se giró, intentando mantener la voz firme

   —Señora Salas, Daniel solo tiene siete años. No sabe lo que significa “divorcio”. Solo sabe...

   — ¡Quien le enseñe eso es negligente! —interrumpió Laura, inclinándose hacia adelante—. Su propio matrimonio fracasó, así que debería cuidar de su hijo y evitar que transmita sus emociones negativas a los demás.

   — ¡Señora Salas! —Marian dio un paso adelante, bloqueando a Verónica—. Un matrimonio fallido no es pecado, y ser madre soltera tampoco. La confusión de Renata se debe a que le está inculcando la ansiedad de adulta, ¡no a las palabras de Daniel!

   La cara de Laura Salas se puso roja como un tomate. Se levantó bruscamente, colgándose su bolso de piel de cocodrilo del brazo. 

   — ¡No dejaré que mi hija esté con un niño así! Este colegio atiende a familias respetables, no a…

   — ¿No a qué…? —Verónica dio un paso adelante; la harina en su camisa brillaba a la luz —. ¿No a una madre soltera como yo, que conduce un coche destartalado y se gana la vida en una pastelería? ¿O a una esposa perfecta como tú, que solo se enfada con los niños cuando su marido no llega a casa?

   Los labios de Laura se movieron, pero no salieron palabras.

   El director intentó rápidamente calmar las cosas.

   —Señorita. Machado, Sra. Salas, los niños siguen aquí.

   Verónica miró a Daniel, el niño que coloreaba un cachorrito con crayones, aparentemente ajeno a la discusión de los adultos.

   Respiró hondo y habló más despacio.

   —Hablaré con Daniel y le explicaré que el divorcio no es un regalo doble. Pero Sra. Salas —miró a Laura—. También debería considerar que lo que Renata realmente necesita no es que le enseñe a fingir que su familia es perfecta, sino que le digan que “aunque papá no esté a menudo en casa, la quiere”.

  El ambiente en la oficina estaba tenso hasta que Renata corrió y agarró la falda de su madre.

   —Nos vamos, Renata —espetó la señora Salas, mirando a Verónica de arriba abajo con desdén, luego tomó el brazo de su hija y se fue.

   Daniel se acercó a su madre.

   —Mami, mira —señaló el dibujo que hizo de un cachorro que insistía en que le compraran—. Aquí estoy con Bobby, en la casa, jugando en el jardín, y aquí en el apartamento de mi papá, jugando en el balcón.

   Verónica sonrió, se agachó y recogió a Daniel.

   —Vamos, pequeño alborotador, mamá te llevará a comprar helado y, de paso, te hablaremos de qué es el "divorcio".

  Verónica le dio un beso en la frente a su hijo y se levantó, miró al director.

  —Le prometo que hablaré con Daniel, y lamento todo esto.

   El director se puso de pie para despedirse.

   —Pierda cuidado. Y felicitaciones por su compromiso. Saludos a Andrés.

   Verónica se sonrojó. No esperaba que la noticia se difundiera tan rápido, pero era normal.

   Andrés Nobrega era un renombrado cirujano plástico de Miami, guapo y soltero, del que todas las madres del colegio hablaban.

   —Con gusto le envió sus saludos…

   —Dígale que no se olvide del juego de golf el próximo miércoles.

   Salieron de la oficina del director. Daniel corría adelante liberando su inagotable energía.

   —Comprometida —dijo Marian como quien dice el título de una película—. ¿Entonces ya pasaste la prueba con tu suegra?

   —No es que Andrés necesite permiso.

   — ¿Estás segura? ¿Por qué te advirtió esperar para decírselo?

   —Su mamá quiere la boda del año. Iglesia, prensa, todo.

   —Y tú solo quieres paz.

   Verónica pensó un momento antes de contestar:

   —La verdad quiero rehacer mi vida, pero estaría bien si no nos casamos, el matrimonio arruina las cosas.

   —Pero Andrés no es como Mauricio.

   Verónica sonrió.

   —Por eso me casaré con él. Andrés merece fiesta y brindis, aunque sea algo pequeño y solo por civil.

   —A menos que Mauricio muera, entonces podrías volver a vestirte de blanco.

   Ambas rieron.

   Verónica se detuvo en la acera, viendo a Daniel correr hacia el portón. Marian la miró de reojo.

   — ¿Ya le contaste a Mauricio?

   Verónica se encogió de hombros. 

   —A él no le importará.

   Marian suspiró.

   —Con los niños, basta que otro quiera el juguete... para que el dueño lo reclame con una pataleta aunque antes no le prestara atención.

   Verónica frunció el ceño.

   —Mauricio no es un niño, ni yo menos soy su juguete.

   —Quizás, pero que no le importe tenerte no es igual a que te tenga otro.

   Verónica se quedó quieta. Daniel la llamaba desde la esquina.

   —Hoy le diré —caminó hacia la salida dejando a Marian atrás —luego te cuento —le prometió.

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