Capítulo 02. Serio como un infarto

Verónica estaba en su pequeña pastelería. Con la ayuda de sus padres, había hecho de un rinconcito en la misma casa, un local lleno de encanto y aroma a postres. 

    La pequeña pastelería era popular entre los habitantes de la comunidad, un cafecito, un pastelito. Pues en el Azúcar de Verónica lo encontraban todo exquisito.

   Ya casi era la hora de cerrar, pero ella aún estaba afanada adelantando trabajo para el día siguiente, escuchó la campanilla de la puerta y estiró la cabeza para ver por encima de la mampara que divide la cocina de la barra.

   Era Mauricio, su ex…

   — ¡Dame un segundo! Tengo que hablar contigo.

   —Me imaginé —respondió él y se recostó en la barra—. Me sorprendió que me pidieras llegar más temprano.

    Llevaba un traje gris oscuro, con una corbata colgando suelta alrededor de su cuello y su cabello peinado con pulcritud, pero había un matiz de azul oscuro debajo de sus ojos, y parecía que acababa de terminar un día ajetreado en el bufete de abogados.

   Verónica se lavó las manos y caminó hacia la barra.

   Mauricio le sonrió con cariño, y le pareció raro, tenía mucho que no le veía una sonrisa así, sincera, carente de ironía y condescendencia.

   — ¿Te sirvo un café? —Le preguntó con educación.

   —Claro, y un pedazo de torta tres leches que preparas allá atrás, tiene buena pinta.

   Verónica frunció el ceño.

   — ¿Cómo sabes que estoy preparando torta tres leches?

    De repente, Mauricio estiró la mano y ella se quedó congelada mientras él con la mirada fija en sus labios le pasaba el pulgar junto a su boca.

   Ella echó atrás y utilizó el delantal para limpiarse, logró ver el rastro de merengue que él se llevó a la boca cuando chupó su pulgar.

   — ¡Mhmm! Nunca resistes la tentación de comerte el merengue mientras decoras las tortas tres leches. Por eso lo sabía —dijo con suficiencia.

   Verónica rodó los ojos, le dio la espalda y caminó hacia la cocina, escuchó la risa de Mauricio a su espalda.

   Tenía razón, la conocía, de toda la vida de hecho.

   Regresó con un trozo de torta húmeda y sonrió al verlo relamerse los labios.

   Mauricio tomó su tenedor, tomó un trocito de pastel y se lo llevó a la boca. Se le iluminaron los ojos. 

   —Sigue teniendo el mismo sabor de siempre. Es diez veces mejor que el que probé en la cafetería de abajo del bufete.

   Mientras él comía con entusiasmo el postre, ella fue a la máquina y comenzó a preparar el café con leche como a él le gustaba.

   —Sabes que hoy, Daniel hizo llorar a una compañera —comentó ella.

   Mauricio le prestó atención a partes iguales a ella y su postre. Verónica le dio el café y él tomó un sorbo.

   —Marian me envió un mensaje, algo de conversar con Daniel acerca de la familia, el divorcio, y no sé qué… La verdad no presté mucha atención.

   —Para algunos niños el divorcio es más que recibir el doble de regalos en navidad.

   Mauricio casi se atraganta con el café.

   — ¿Podrías recibir el doble de regalos si te divorcias? Jaja. Pues no veo fallas en la lógica de mi hijo.

   —Bueno, pero la niña sufre porque lo único que conoce es su hogar, su vida puede cambiar y es natural que se resista al cambio.

   —Se le llama evolucionar. Míranos a nosotros, los mejores amigos…

   —No exageres, somos aliados en la crianza de Daniel, pero amigos es un concepto que en realidad no nos define.

   —Tienes razón, para ser tu amigo tendría que dejar de verte sexi cuando me alimentas.

   —Ya no seas payaso.

   —Para nada, dulce Verónica.

   Verónica se sentó en la silla frente a él, con las manos cruzadas sobre el regazo. 

   —Ya hablé con él. Sabe que se equivocó y dijo que no lo volvería a decir.

   —Solo no lo entiende —Mauricio dejó el tenedor y tomó un sorbo de café—. Cree que le doy Legos todos los meses como “compensación por el divorcio”, pero no sabe que solo quiero…—Su voz se fue apagando, jugueteando con los dedos en el borde de su taza de café—. Solo quiero que sepa que no lo he olvidado.

   Verónica giró la cabeza y miró por la ventana.

   Las farolas estaban encendidas, proyectando una tenue luz sobre la acera. Las parejas caminaban de la mano, riendo y hablando. 

   Respiró hondo y se volvió, intentando hablar con calma. 

   —Mauricio, Mañana Andrés me llevará a la finca de su madre y no volveré hasta el domingo. Necesito que cuides a Daniel los próximos dos días.

   Mauricio hizo una pausa. La mano en la taza tembló ligeramente y el café salpicó, dejando una mancha oscura en su pantalón. No le prestó atención, simplemente la miró, sin burlarse. 

   — ¿Vas en serio… con ese doctor?

   —Ya tenemos casi un año saliendo —dijo Verónica, mientras sus dedos apretaban inconscientemente los cordones de su delantal—. Me propuso matrimonio y dije que sí.

   El aire se quedó repentinamente en silencio, roto solo por la ocasional bocina de un coche. 

   Mauricio se quedó mirando el pastel en la vitrina un buen rato antes de susurrar.

   —Entonces, es tan serio como un infarto.

   Verónica no respondió. Había dicho lo mismo en su boda.

   — ¡Papá! —El grito de Daniel los hizo mirar hacia la puerta oculta que da acceso a la casa.

   Mauricio levantó la mano y Daniel la chocó con fuerza.

   — ¿Me iré contigo? —Preguntó el niño esperanzado, pero aun Mauricio no salía de su asombro.

   —Eh… Sí campeón, nuestro fin de semana empieza hoy.

   —Bien, veremos el partido de fútbol en tu tele gigante.

   —Ven mi amor, dame un beso antes de irte —le pidió Verónica inclinándose para apapachar a su hijo—. Ve por tus cosas, y no olvides el bolso, mañana tienes clase.

   —Sí mamá —dijo el niño y desapareció por la puerta regresando a la casa.

   —Por favor, que no se acueste muy tarde —pidió la madre con preocupación.

   — ¿De verdad te vas a casar? ¿Estás completamente segura?

   Verónica de nuevo cruzó los brazos, subió los hombros.

   — ¿Por qué te sorprendes tanto? Yo quiero rehacer mi vida, quiero tener un hogar, y pensé que Andrés te caía bien.

   —Supongo que es un buen sujeto —dijo soltando el botón del cuello de su camisa, de repente se sentía sin aire.

   —Lo es, quiere a Daniel, acepta mi pasado…

   — ¿Qué tiene de malo tu pasado? —Preguntó con indignación.

   —Pues aunque para ti no signifique nada porque fuiste el protagonista de esa historia, no deja de ser cierto que arruiné un futuro brillante.

   — ¿No te arrepentirás de eso?... Es como si te arrepintieras de Daniel —espetó ya con evidente mal humor.

   Pero Verónica jamás fue de las que se quedara callada.

   —No pongas palabras en mi boca, ni tuerzas lo que he dicho. Daniel es el motor de mi vida y no me arrepiento de tenerlo. Solo digo que Andrés podía conseguir a una princesa, y eligió a una simple pastelera que se embarazó a los 16 años. Debes reconocer que no es la mejor carta de presentación.

   Mauricio pasó la mano por su cabello y tomó lo que quedaba en su taza de café.

   —Él tiene mucha suerte —masculló, metió las manos en los bolsillos y miró sus zapatos—. Felicitaciones entonces. Aunque no eres una princesa por unirte al príncipe encantador. A tu lado cualquier príncipe es un simple sapo.

   Verónica sonrió.

   —Gracias —musitó sintiendo que las palabras de Mauricio la reconfortaban.

   La puerta sonó de nuevo y Daniel regresó con el bolso que su madre le había acomodado, le dio un último abrazo.

   — “Sión” mamá —dijo para despedirse…

   —Se dice bendición —le corrigió ella.

   —Bendición mamá —dijo Daniel inclinando la cabeza, como si completar la palabra fuera ya un trabajo extenuante.

   —Dios te bendiga, mi amor, pórtate bien con tu papá.

   Daniel tomó la mano de Mauricio que lo esperaba inusualmente en silencio.

   —Papá, ¿podemos ir al centro comercial? Quiero mostrarte algo.

   —Daniel no quiero un perro —advirtió Verónica, pero ambos salieron de la pastelería sin responderle. 

   Verónica los observó caminar uno junto al otro hasta el auto deportivo de Mauricio. Eran tan parecidos físicamente. El mismo cabello oscuro, los mismos ojos. El día de hoy podía sentirse agradecida con la vida, antes sufrió mucho con Mauricio, pero ahora se llevaban bien.

   Apenas el auto de Mauricio desapareció, estacionó Andrés en su camioneta enorme, segura y familiar.

   Verónica sonrió. Mauricio siempre sería más feliz siendo soltero, en cambio Andrés anhelaba tener un hogar, y ella también.

   Andrés entró a la pastelería y ella se maravilló con la perfección de su apostura. Andrés parecía los muñequitos de torta que ponían en los pasteles de boda, piel impoluta, clara, con cabello castaños y ojos azules profundos, que ahora la miraban con anhelo.

   — ¿Ya se llevaron a Daniel?

   —Sí…

   Andrés le tomó la mano y le dio un beso en el dorso.

   — ¿Entonces te tengo toda para mí el fin de semana?

   —Así es —respondió Verónica coqueta—. ¿Qué harás conmigo?

   Andrés sonrió con picardía. 

   —Te llevaré con mi madre, así que espero que nos dé espacio para ser románticos —Andrés hizo un gesto contrariado—. Le dije que nos comprometimos.

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