Misteriosa mujer.

Tan pronto como el auto de los lacayos de Edward Vanderbilt se fue, Alan corrió. No porque tuviera fuerzas, sino porque el miedo en su interior le provocaba un sinfín de adrenalina.

No sabía si alguien lo seguía o si era su paranoia hablándole al oído, pero apenas sintió el concreto del pavimento frente a su edificio en sus pies, se obligó a subir los escalones dos a la vez.

Cada músculo de su cuerpo gritaba por descanso, pero no le hizo caso. Tenía que moverse. Tenía que desaparecer. Ahora.

Abrió la puerta de su departamento con manos torpes. Cerró con llave y luego se apoyó contra ella por un instante. El espejo del pasillo lo reflejó dejando ver una sombra de barba descuidada, ojos hundidos y sangre seca en la comisura del labio y recorriendo todo su rostro.

Apretó la mandíbula.

No tenía tiempo para estupideces, eran detalles menores que no importaban realmente.

Fue directo al clóset. Sacó una mochila deportiva que usaba en sus años de universidad, casi intacta. Tomó una muda d
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