Mis hijos, nuestros hijos.
Debería haber respondido con un rotundo “No” Edward Vanderbilt nunca se humillaría de esa manera, jamás se quitaría la vida por una mujer. Sin embargo, por primera vez, desde aquella noche, Anya parecía tener un brillo de esperanza en sus ojos, y él no se sentía con el derecho a quitárselo.
—Te lo dije; haré lo que me pidas, siempre y cuando no manche mi reputación. —Comenzó a decir él, dejando el cuchillo y el tenedor sobre la mesa—. Si mi muerte es lo que necesitas, entonces, la tendrás, y sé que no merezco pedirte una oportunidad, pero soy demasiado egoísta como para no hacerlo.
—¿En diez años? —Preguntó irónica. Diez años eran demasiados, probablemente él cambiaría de opinión antes de eso.
—Es un tiempo justo. —Respondió él.
—No lo es. —Insistió ella—. Para entonces, mis hijos ya habrán crecido y te verán como su figura paterna, yo no quiero eso. No quiero que estés cerca de mi hija.
—¿Crees que podría hacerle daño a mi propia hija? —Inquirió incrédulo intentando ocultar su enojo.