Mi salvadora.

“Pensé que, a diferencia de mí, a ella la amabas.”

Las palabras de Anya seguían repicando dentro de su cabeza como campanadas. Edward se aferró a la baranda del balcón con tanta fuerza que sus nudillos pálidos enrojecieron, mientras el aire fresco de la noche le atormentaba.

Anya dormía. O eso quería creer.

Y él, no podía quedarse a su lado. No después de todo lo que le hizo. No después de ver como su mirada le recordaba cada vez, todo el daño he le había causado.

“A ella la amabas…” ¿Podría decirse que la amaba? Durante años, se convenció de que lo hacía, Stella era una hermosa mujer a la que le debía su vida, por eso cuando ella le confesó su amor, se obligó a corresponderle

Cerró los ojos.

Y la vio. No a la mujer vulgar que ahora repudiaba. La vio entonces, la niña pelirroja que reía alegremente mientras su alrededor, literalmente, ardía.

«“A sus veintiún años sus padres fallecieron, o mas bien, fueron asesinados.

Una compañía extranjera buscaba expandir sus dominios hacia Europa
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