Mi primer amor.
El teléfono que Anya tenía en la mano pesaba más de lo normal. No por su tamaño ni por el material, sino por lo que significaba. Edward se lo había comprado. Era un regalo elegante, como todo lo que él le obsequiaba. El simple hecho de mirarlo le causaba nostalgia y un nudo en su garganta que no podía disipar.
Edward seguía siendo su esposo, y aunque ella ya no estaba en su casa y no planeaba regresar, hacer una llamada a Alan desde ese celular le parecía incorrecto.
Casi como si estuviera siendo infiel.
No podía usar ese teléfono para contactar a Alan.
Volvió la vista hacia su madre, que aún jugaba con los trillizos entre risas.
—Mamá, ¿Puedo usar tu teléfono?
Isabel levantó la mirada, sonriente.
—Claro, cariño.
Se lo entregó sin preguntar, Anya lo sostuvo con cuidado, como si se tratara de algo más que tecnología. Era el amor genuino de su madre.
—Gracias, mamá. —Susurró, y sin añadir más, salió de la habitación.
Isabel se quedó a solas, observando cómo el cabello de Anya des