―Hay alguien cercano. Con el suficiente poder para ocultarse de mis visiones ―Sus ojos, antes bañados en un fulgor azul, regresaron lentamente a la normalidad.
El silencio que siguió fue incómodo. El Rey no apartó la mirada de ella; su expresión oscilaba entre la sospecha y una falsa serenidad.
―Voy a ser benevolente ―murmuró, en un intento de convencerse a sí mismo. Luego sus ojos se posaron en Noah y en la mujer a la que el lobo amaba―. Veré la manera de hacer lo que me has dicho. Recuerda, vidente, que tu libertad y la de tus hijos depende de ello.
Ellos asintaron sin atreverse a responder. El soberano alzó una mano en un gesto seco: podían retirarse.
Cuando salieron del salón, los ecos de sus pasos quedaron atrapados entre los muros, mientras el Rey se hundía en su silla. Planeaba arrancar la verdad de los suyos.
Ese traidor ―o traidores― saldría a la luz, por voluntad o por miedo.
…
Los pasos de Leah eran torpes. Su respiración corta y entrecortada delataba su agotamiento. El aire