Leah cerró los ojos para no mirar su propio vómito. Sintió a su bebé moverse, inquieto, en su vientre. A su alrededor, todos parecían tomar lo sucedido con una calma aterradora.
Los “sabios” apenas dirigieron un vistazo a los cadáveres de quienes habían sido sus compañeros durante años.
El abuelo de Ada arrugó la nariz con el mismo desagrado con que se reacciona ante el excremento. Para él, esas muertes significaban avance político.
La vidente perdió la noción del tiempo; no supo si pasaron minutos o tan solo unos segundos cuando sintió las manos cálidas de Noah levantarla del suelo.
Su abrazo fue un alivio dentro de tanta frialdad.
De reojo, Leah miró al Rey y notó entonces la presencia de la Reina Ruby a su lado. Giró el rostro en busca de su bebé, sin fiarse de su olfato. La niña ahora se aferraba al regazo de Cassian. Aquello le devolvió un poco de paz.
—La vidente del Oeste ha resuelto una problemática interna. Eso la hace sumamente valiosa para mí —declaró el Rey con voz fi