Leah soltó un jadeo tembloroso. Su cuerpo se arqueó por reflejo; aún seguía adolorido por la reciente batalla. Frunció un poco el ceño.
—¿Te duele…? —susurró Noah, con voz grave, contenida.
Leah negó apenas con la cabeza, con los labios entreabiertos y la respiración agitada, pero no logró emitir palabra. La garganta le ardía, seca, como si no hubiera hablado en siglos.
Noah volvió a aspirar su aroma. Ella olía a cielo, a dulce. Y él no sabía si estaba bien o mal tocarla en ese estado, pero había pasado demasiados días seguro de que Lucian le arrancaría la cabeza. Ahora, por fin, algo dentro de él palpitaba con vida otra vez.
Le mordió el pezón suavemente antes de atraparlo entre los labios. Succionó.
Leah lo miró. Sus pupilas ardieron en deseo. Su vientre se contrajo.
Noah regresó a sus labios, los devoró, ciego de deseo… pero en su mente quedaba un rincón lúcido: quería estar seguro de que no le dolía, de que ella lo quería tanto como él la necesitaba.
Noah descendió de nuevo. Besó