Noah se desplazaba por la espesura del bosque en su forma lobuna. Su pata trasera no tocaba el suelo. La herida en ella todavía no sanaba.
Lucian le había medio creído su farsa sobre el hombre de Cruor que secuestró a la vidente para vengar a su señor.
Sin embargo, el ultimátum fue dado:
“Si no me traes a esa perra asquerosa la próxima vez que te vea, te sacaré el corazón”, le dijo el alfa demonio.
Todo estaba en su contra. La única posibilidad era llevar a Leah al otro lado del mundo y luego entregarse y aceptar su destino.
Desde que esa bestia asesinó a los suyos, la pregunta de por qué no lo mató a él siempre lo torturó.
«Qué mayor venganza que dejar vivo al hijo de su némesis. Vivir fue mi infierno personal», se respondió.
Avanzó con mayor prisa, hasta que pudo ver a lo lejos la entrada del pueblo humano.
Al fin vería esos ojos, ese par de estrellas de miel que tanto calmaban su alma por los breves lapsos donde se permitía dormir.
Siguió. Siguió. A una distancia considera