Ámbar abrió los ojos con sorpresa, incrédula, sin comprender al principio lo que acababa de escuchar.
—¿A qué se refiere con eso? —preguntó, sintiendo cómo su mente luchaba por conectar cada pieza de aquel rompecabezas incomprensible.
—Mi sobrino… —dijo, dejando que la frase flotara por un instante—… está en estado de coma desde hace un par de años. No sabemos cuándo despertará, ni siquiera si lo hará realmente. Por eso, necesitamos un heredero, y debe ser uno legítimo. Pero como él no está casado, aproveché que mi sobrino dejó su esperma en esa clínica. Lo hizo como un donante, tal cual, pero fui yo quien llegó a un acuerdo con la clínica: quería ser informado sobre la mujer que fuera inseminada con ese esperma.
Ámbar escuchaba atentamente, impactada por todo lo que Elías le estaba relatando.
—El hijo que nazca debe ser legítimo, debe nacer dentro del matrimonio. Por eso la madre debe casarse con mi sobrino y dar a luz dentro del matrimonio. No tiene que cumplir un rol de esposa, mi sobrino está en coma y cuenta con enfermeras que lo cuidan. No se espera que haga nada más, absolutamente nada. Su única función es traer al niño al mundo. Tampoco tengo intención de arrebatarle al bebé. El niño necesita a su madre; ella siempre estará cerca de él. Pero debe ser criado dentro de la familia, y su lugar es ser el heredero, llevando nuestro apellido.
Hizo una breve pausa, cuidando que no se le escapara algún detalle.
—Podrán divorciarse después de un par de años, o en el peor de los casos, se quedará viuda si Raymond jamás despierta. La mujer recibiría una gran suma de dinero, que hará que viva feliz y tranquila por el resto de su vida. La verdad, señora Benaroch, es que es una situación bastante compleja, pero en momentos difíciles hay que tomar decisiones drásticas, recurrir a medidas desesperadas.
Ámbar estaba sorprendida. Ciertamente, era una situación complicada. Aun así, una certeza se asentaba en su interior: ella no renunciaría a ese hijo por nada ni por nadie, sin importar lo que tuviera que hacer.
—Déjeme pensarlo —replicó ella, lo que hizo que Elías la observara confundido.
—¿Pensarlo? ¿Qué hay que pensar?
—Usted me preguntó si yo sería capaz de casarme con un hombre en coma...
—Solo estaba tratando de explicarle la situación. Pero, Señora Benaroch, usted es una mujer casada. No hay nada que pensar.
—Me divorciaré —declaró ella, con una firmeza que hizo que Elías se sorprendiera visiblemente.
—¿De verdad? —respondió él.
—Así es —afirmó Ámbar sin titubear—. Y no lo hago por esta situación específica, pero de todos modos ya había pensado en divorciarme de mi marido. Seré una mujer libre, y puedo volver a casarme si así lo deseo.
—No creo que una mujer divorciada sea lo más conveniente para mi sobrino —alegó Elías.
—Su sobrino está en coma, señor Elías, por lo que dudo que se oponga. Y me imagino que desde el principio a usted jamás le importó quién sería la madre. De no ser así, habría buscado a una mujer de alta alcurnia, alguien de su círculo social, para que fuera la madre de ese hijo. En cambio, recurrió a la clínica. Usted no podía adivinar qué tipo de mujer recibiría el esperma de su sobrino. Dudo mucho que le importe de dónde provenga yo o cuál sea mi historial. Lo único que le importa es el bebé. Yo estoy dispuesta a volver a casarme con tal de no renunciar a este hijo. Lo voy a tener, pase lo que pase. Pero… necesito un tiempo para ordenar mis ideas, para prepararme para lo que se viene.
—Yo no tengo mucho tiempo, señora Benaroch.
—No me tomará demasiado, solo necesito poner en orden algunas cosas.
Elías la observó unos segundos, evaluando su determinación, y finalmente soltó un suspiro.
—Está bien, señora Benaroch… usted gana. Pero le advierto una cosa: no le revelaré la identidad de mi sobrino hasta que se case con él. Escuchará su nombre únicamente cuando el juez de paz los anuncie como marido y mujer.
Ámbar lo escuchó, sintiendo cómo una sensación de miedo se apoderaba de ella. No sabía con qué tipo de hombre se iba a casar, cuál sería su carácter, ni qué secretos podía tener. Pero, al mismo tiempo, algo la tranquilizaba: estaba en coma, por lo que no era un peligro.
—Está bien, no importa. Lo único que me importa es mi bebé, nada más. ¿Por cierto, sería tan amable de recomendarme un abogado?
*****
Ámbar decidió quedarse en la casa y seguir siendo la esposa amorosa de siempre, pese a todo lo ocurrido. Sin embargo, había una cosa que tenía muy clara: no estaba dispuesta a hacerles la vida fácil a los traidores ni un solo instante. Así que, cuando llegaban los momentos compartidos en el comedor, durante el desayuno o el almuerzo, Ámbar no desperdiciaba la oportunidad de lanzar indirectas sutiles.
—¿Saben? Estaba leyendo sobre un caso de infidelidad, algo que me llamó mucho la atención… Increíble cómo algunos hombres pueden ser tan despreciables. Y más aún, si su esposa está embarazada. Y ¿adivinen? ¡Engañaba a la mujer con su cuñada!
Vidal se tensó de inmediato y la miró con los músculos del rostro contraídos, intentando aparentar calma mientras por dentro la incomodidad lo devoraba.
—Dios… No puedo creer que hombres así existan… ¿cómo pueden engañar a su mujer mientras está embarazada? —fingió indignación.
—Tienes razón, mi amor… tú nunca harías algo así, ¿verdad? Jamás me engañarías… y mucho menos estando yo esperando a nuestro bebé.
Vidal tragó saliva con dificultad y el color de su rostro cambió mientras su mente buscaba una respuesta convincente.
—Claro… claro que no… jamás haría algo así…
Los ojos de Ámbar se dirigieron al rostro de Alaska.
—Y tampoco harías algo como… involucrarte con mi hermana, ¿verdad? Sería muy extraño, porque ustedes siempre se han apreciado… pero como familia. Un romance entre los dos sería, definitivamente, muy repulsivo.
Alaska parpadeó, visiblemente desconcertada por la dirección de la conversación.
—Hermana… ¿por qué dices esas cosas? Esto es incómodo… Yo jamás podría tener un romance con Vidal… él es tuyo…
Ámbar esbozó una sonrisa de ironía y suavizó las palabras.
—Sí, claro… Vidal es mío —reconfirmó, haciendo que Alaska hirviera de celos.
*****
Cierta noche, Ámbar se levantó de su habitación con pasos silenciosos. Sabía que Vidal estaba visitando con frecuencia la habitación de Alaska, por lo que avanzó por el pasillo, hasta que lo encontró justo en el umbral de la puerta de Alaska.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Ámbar, viendo a su esposo con la mano extendida hacia el picaporte—. ¿Por qué estás tratando de entrar en la habitación de mi hermana?
Vidal se quedó paralizado, mirando a Ámbar como si la sola presencia de su esposa le helara la sangre. Sus palabras se enredaron, su mente se sumió en un caos absoluto y no sabía cómo responder, no podía construir una frase coherente.
Ámbar, al ver su aprieto, no pudo evitar una pequeña satisfacción: el hecho de que él estuviera atrapado en sus propias mentiras le daba un extraño placer.
—¿Me estabas buscando a mí? —dijo, acercándose un poco, con un hilo de ironía en la voz—. ¿Creíste que podría estar con Alaska?
Vidal levantó ambas cejas, tratando de recomponerse.
—Sí… sí… eso es… Creí que podrías estar con ella… Eso es… eso…
Ámbar sonrió, y un brillo de triunfo cruzó sus ojos mientras se acercaba más a él.
—No deberías despertarla… ella ya debe estar durmiendo.
—Sí… tienes razón… no debería molestarla.
—Vuelve a tu habitación.
Él la miró, y por un instante, parecía dispuesto a ceder. Su plan era que Ámbar fuera la primera en moverse para que él pudiera entrar a la habitación de Alaska sin obstáculos. Sin embargo, Ámbar se quedó quieta, observando cada reacción.
—Buenas noches… me voy —soltó Vidal.
Avanzó unos pasos, girando la cabeza por encima del hombro para asegurarse de que Ámbar se fuera. Sin embargo, ella permaneció allí, bloqueando la puerta.
—¿No vas a ir a tu habitación? —cuestionó él.
—Claro que lo haré… después de ti.
Justo en ese momento, la puerta de la habitación de Alaska se abrió, revelando a las dos figuras en el pasillo.
—Oí voces afuera de mi habitación… y por eso decidí abrir la puerta —expuso.
—Lo siento… ¿te despertamos? —articuló Ámbar con afecto fingido.
—No… no… bueno, estaba a punto de dormir y los escuché hablar… ¿pasó algo?
—Es que vi que Vidal estaba a punto de tocar tu puerta.
Alaska parpadeó varias veces, sorprendida por aquella acotación.
—Me estaba buscando a mí, pensó que estaría contigo —agregó Ámbar—. Pero ya se va a su habitación.
Vidal suspiró derrotado.
—Sí… ya me voy. Buenas noches a ambas.
En cuanto Vidal se fue, Alaska rompió el silencio.
—¿Sucede algo, hermana?
—No… no, para nada. ¿Qué se supone que debía suceder?
Alaska ladeó la cabeza, como si evaluara la respuesta, y luego colocó ambas manos en los hombros de Ámbar.
—No… no, yo solo preguntaba. ¿Estás bien? Sabes que, si tienes algún problema, si necesitas algo, debes acudir a mí inmediatamente. El bebé es prioridad, tú debes estar bien y sana.
Ámbar mantuvo la mirada en Alaska, percibiendo cada matiz de falsedad en sus palabras.
—Sí… te pediré ayuda si lo necesito. Gracias, hermana… tú siempre te preocupas por mí.
Alaska sonrió ampliamente, con una expresión que Ámbar sabía fingida, y la abrazó con fuerza, con esa misma intensidad que usaría cualquiera para mostrar cariño, mientras susurraba al oído de Ámbar.
—Por supuesto que sí, porque tú eres mi hermana gemela, y tenemos una conexión especial. Tú y yo compartimos muchas cosas: un hijo, una casa, un hogar, una familia.
Ámbar asintió levemente, reconociendo el trasfondo de las palabras de Alaska.
—Sí, hermana… somos una familia. Nuestro vínculo es irrompible.