Mundo ficciónIniciar sesiónÁmbar llegó a su habitación con el ceño fruncido y el corazón encogido. Allí, en la soledad de su habitación, comenzó a renegar, maldiciendo la situación, maldiciendo la traición de su esposo, la complicidad de su hermana y la red de secretos que parecía envolverse a su alrededor.
Entre sollozos, Ámbar trató de calmarse, de ordenar sus pensamientos. Su mente, sin embargo, no podía evitar saltar hacia su bebé, el pequeño ser que llevaba en su vientre y que, de alguna manera, compartía cada emoción que ella experimentaba.
—Perdóname, hijo… perdóname por todo este sufrimiento que te estoy haciendo pasar —susurró Ámbar, con los ojos cerrados y las lágrimas cayendo libremente. Sabía que cada lágrima, cada momento de estrés afectaba a ese pequeño ser, y no podía permitir que la desesperación la dominara completamente. Respiró hondo, tratando de recuperar la serenidad, inhalando aire como si pudiera llenarse de coraje y determinación al mismo tiempo.
Sin perder más tiempo, Ámbar tomó su celular y marcó el número que había guardado con anterioridad: el de Elías.
—Estoy decidida… voy a casarme con su sobrino —declaró sin una pizca de vacilación.
*****
Cierta mañana, Vidal salió de la habitación de Alaska después de despedirse con varios besos. Caminó hasta su propia habitación; tenía que cambiarse, ponerse el traje y llegar a la empresa. Era el CEO de la compañía familiar, una empresa reconocida que dependía de su liderazgo.
Al abrir la puerta, se encontró con Ámbar. Estaba sentada en el borde de su cama, mirándolo fijamente. Vidal se detuvo, desconcertado, sin palabras.
—¿De dónde vienes? —preguntó Ámbar—. Te he esperado toda la noche.
Vidal tragó saliva. Las palabras parecían atorarse en su garganta.
—¿Qué haces aquí? —dijo finalmente—. ¿Me estabas esperando? ¿Por qué?
Ámbar se incorporó un poco.
—¿Debe haber algún motivo para que yo espere a mi esposo?
Vidal se quedó callado, atrapado.
—No me has contestado —insistió Ámbar.
—Estuve fuera toda la noche —intentó explicarse—. No sé si me llamaste, me quedé sin batería… lo siento, debí haberte avisado, pero…
—No tiene caso que te sigas justificando —la interrumpió Ámbar, levantándose y avanzando hacia él—. Sé perfectamente de dónde vienes, Vidal.
Vidal frunció el ceño, confundido.
—No entiendo de qué hablas…
—Sé que vienes de la habitación de mi hermana.
El hombre palideció.
—¿Qué estás diciendo? —Vidal dio un paso atrás—. ¿Acaso es por el embarazo? ¿Ahora estás alucinando cosas?
—¿Y tú acaso tienes amnesia? —replicó Ámbar.
Entonces, de su bolso sacó un sobre y se lo extendió. Vidal lo tomó con cautela y abrió el contenido. Dentro había varias fotos. En ellas, él y Alaska estaban juntos, claramente captados en momentos íntimos dentro de su propia casa.
Ámbar señaló las imágenes con la mano.
—Allí tienes esas fotos para refrescarte la memoria. Las tomé yo misma aquí en "nuestra" casa.
Vidal permaneció inmóvil, con la mirada en las fotos.
—Espera… esto es un error —intentó excusarse—. Todo es un malentendido. No es lo que parece…
—Estás viendo las fotos con tus propios ojos, ¿y me vas a decir que no es lo que parece? Yo misma las tomé, Vidal. No hay nada más que puedas decir en tu defensa.
Sacó otro sobre de su bolso y se lo extendió.
—También tengo otra cosa que darte. Fírmalo ya.
Vidal lo abrió y vio un documento: una solicitud de divorcio.
—Cuanto antes nos divorciemos, mejor —agregó la mujer, pasando a su costado para dirigirse hacia la puerta.
Vidal apretó el documento, arrugándolo entre sus manos. Luego, la tomó de la muñeca para detenerla.
—No te voy a dar el divorcio —declaró—. Al menos escúchame, tengo mucho que explicarte…
Ámbar retrocedió y estiró la mano para liberarse de su agarre.
—¡Suéltame! No me vuelvas a tocar, y no necesito escuchar tus mentiras. Todo lo que vi ya está demasiado claro, así que solo dame el divorcio. Tú ya no me amas, ¿verdad? Amas a Alaska, tanto que fuiste capaz de hacer la peor traición hacia mí. Por tanto, hazlo por las buenas o será por las malas, Vidal. Si no firmas esa solicitud de divorcio, acabaré con este bebé.
El rostro de Vidal se tensó por completo. Sus ojos se abrieron de par en par, incrédulos.
—¿Por qué me estás amenazando con eso? ¿Eres capaz de… matar a tu propio hijo?
—Sé que el bebé que llevo dentro de mí, es el tuyo y de tu amante, de mi hermana. Lo sé todo, Vidal. Sin mi consentimiento, hiciste que implantaran el embrión tuyo y de mi hermana en mí, solo para usarme como vientre de alquiler.
Vidal se mostró claramente consternado.
—¿Cómo… sabes eso? —cuestionó.
—Sé que este hijo es importante para ti, así que firma el divorcio. Pero si no me lo das por las buenas… yo acabaré con tu hijo y el de tu amante.
Ámbar tenía la intención de dirigirse hacia la puerta nuevamente, pero Vidal arrojó el acta de divorcio al suelo y la tomó de un brazo para luego tomar el otro y acorralarla.
—¡No te daré el divorcio! —exclamó él—. Y no me amenaces con el bebé, Ámbar, porque sé que no eres capaz… no serías capaz de hacer algo así. No podrías matar a esa criatura inocente. Te conozco demasiado bien.
Ámbar se quedó observándolo con la mirada cristalizada.
—¿De verdad quieres probarme? —cuestionó con la voz fragmentada—. Entonces hazlo. Pruébame. Porque yo también creí conocerte a ti y a mi hermana. Confiaba en los dos ciegamente. Jamás imaginé que serían capaces de hacerme esto. Pero lo hicieron ambos me traicionaron.
—Todo eso tiene una explicación. ¡Por favor, escúchame! El divorcio no es la solución, Ámbar. No podemos acabar así. Hay una razón para todo esto, te lo juro. Podemos superar esto…
Ámbar lo empujó con ambas manos, haciendo que él retrocediera unos pasos.
—¿Superar esto? —resaltó—. ¿Acaso crees que esto fue una simple equivocación? Tú elegiste, Vidal. Nadie te obligó a traicionarme con mi hermana. Elegiste ese camino, y yo… yo no pienso quedarme para ser el estorbo en tu nueva vida. Así que firma el divorcio. ¡Fírmalo! —se zafó del agarre de Vidal y levantó el acta del suelo para restregárselo en el pecho.
Vidal se quedó estático, a lo que ella sostuvo su mirada unos segundos más y, de pronto, se llevó la mano al anular. Con un movimiento lento, se quitó el anillo. El metal brilló un instante antes de que ella lo lanzara contra su pecho.
—Este matrimonio fue basura. Ya no necesito esto.
El sonido del anillo al caer contra el suelo retumbó entre ellos.
—¿Nuestro matrimonio fue basura? ¿Eso es lo que crees? —cuestionó Vidal—. ¿Cómo puedes decir eso, Ámbar? Hemos sido felices juntos...
—Pues se acabó. Tu vida conmigo te aburrió, Vidal. Sé que ya no me soportas, que hace tiempo dejé de ser suficiente para ti, y yo no voy a obligarte a que estés a mi lado. Te dejo el camino libre para que hagas con tu vida lo que quieras.
Vidal no tuvo más opción que firmar el divorcio y le entregó a Ámbar el documento firmado. Ella salió de ese cuarto y reunió sus cosas. Cerró la última maleta y, sin mirar atrás, salió de la casa.
Frente a la residencia, un coche la esperaba con el motor encendido, enviado por Elías para llevarla a casa de sus padres. Elías le había propuesto vivir en una suite presidencial, pero Ámbar lo rechazó.
Pero antes de llegar al vehículo, una voz la detuvo.
—Ámbar —escuchó y reconoció que era su hermana. Luego, giró lentamente hacia su dirección—. Lo siento... pero Vidal y yo nos amamos.
Ámbar la observó fijamente, con los ojos brillantes por las lágrimas que se negaba a dejar caer.
—No te dijimos nada antes porque no queríamos hacerte daño —continuó Alaska—. Pero tarde o temprano ibas a enterarte. Vidal y yo... nos enamoramos. Queremos casarnos y formar una familia.
Ámbar apretó los labios con fuerza.
—¿Una familia? Qué curioso, porque me costó bastante conseguir que firmara el acta de divorcio —expuso—. Si no fuera porque lo obligué, todavía estarías esperándolo en tu habitación a escondidas.
La mirada de Alaska se volvió más frívola. Escuchar aquello no fue agradable para nada.
—Aunque ahora ya no importa —añadió Ámbar—. Lo que pase entre ustedes ya no me concierne. Que sean muy felices.
Se dio media vuelta para seguir su camino, pero Alaska la sujetó con fuerza del brazo, deteniéndola bruscamente.
—Ámbar, ese hijo que llevas en tu vientre es mío y de Vidal. Así que, cuando nazca, tendrás que dármelo.
—¿Tu hijo? —resaltó Ámbar—. No seas hipócrita. Dudo que sepas siquiera lo que significa ser madre, Alaska. Todo lo que hiciste fue para complacer a Vidal. Pero dime, ¿de verdad crees que puedes criar a este niño? Creo que al final fue una buena idea que yo lo concibiera, porque con la mala entraña que tienes, ese hijo no habría sobrevivido contigo. Olvídate de él. Y si tanto quieres un hijo... pues hazte otro.
Sin esperar respuesta, abrió la puerta del coche y subió. El motor rugió suavemente mientras el chofer ponía el vehículo en marcha.
Desde la entrada de la casa, Alaska gritaba, fuera de sí.
—¡Ese hijo es mío, Ámbar! ¡Es mío y no me lo vas a quitar! ¿Me oyes? ¡No me lo vas a quitar! ¡Es mío y de Vidal!
Pero Ámbar ya no miró atrás. El coche se alejó lentamente, devorando la distancia, y con cada metro recorrido, ella sentía que una parte del peso que cargaba en el pecho empezaba, por fin, a romperse.
Ámbar se hospedó en un hotel, una suite presidencial que le había puesto Elías para que viviera allí durante todo su embarazo.
Apenas un juez declaró que era legalmente libre, Ámbar no perdió tiempo. Cuando llegó el momento, se vistió de novia. Su vestido era sencillo, sin adornos excesivos, y apenas llevaba un ramo pequeño.
Sin demora, se dirigió al hospital, donde la ceremonia civil iba a celebrarse. La habitación estaba preparada de manera simple, con solo el juez de paz, el hombre que se convertiría en su esposo, Elías y un par de testigos que ella no conocía.
Entonces, el juez de paz comenzó la ceremonia.
—Estamos aquí reunidos para la unión de Ámbar Mongelós y Raymond Schubert...
Ámbar no pudo evitar que el nombre la golpeara como un mazazo en el pecho. Raymond Schubert. Sabía muy bien de quién se trataba; su mente lo reconoció porque aquel nombre era sinónimo de poder y de riqueza.
Raymond Schubert había sido durante años una figura pública de gran relevancia, dueño las casas de bolsa más importantes del país. Era un hombre cuya sola mención aparecía en titulares, en revistas económicas, en informes financieros. Y aunque hacía un tiempo que había desaparecido del ojo público, que su imagen ya no ocupaba portadas ni entrevistas, nadie podía decir que no lo conocía. El peso de su apellido seguía imponiendo respeto. No había quien no supiera quién era Raymond Schubert.
Pero eso no era todo. Raymond Schubert era nada menos que el enemigo de su exesposo, Vidal Benaroch.







