Ámbar llegó a su habitación con el ceño fruncido y el corazón encogido. Allí, en la soledad de su habitación, comenzó a renegar, maldiciendo la situación, maldiciendo la traición de su esposo, la complicidad de su hermana y la red de secretos que parecía envolverse a su alrededor.Entre sollozos, Ámbar trató de calmarse, de ordenar sus pensamientos. Su mente, sin embargo, no podía evitar saltar hacia su bebé, el pequeño ser que llevaba en su vientre y que, de alguna manera, compartía cada emoción que ella experimentaba.—Perdóname, hijo… perdóname por todo este sufrimiento que te estoy haciendo pasar —susurró Ámbar, con los ojos cerrados y las lágrimas cayendo libremente. Sabía que cada lágrima, cada momento de estrés afectaba a ese pequeño ser, y no podía permitir que la desesperación la dominara completamente. Respiró hondo, tratando de recuperar la serenidad, inhalando aire como si pudiera llenarse de coraje y determinación al mismo tiempo.Sin perder más tiempo, Ámbar tomó su celul
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