“Los declaro marido y mujer”El juez de paz pronunció la frase. No había invitados, ni música, ni decoración: solo paredes blancas, un par de testigos y el zumbido constante de los monitores médicos.En la camilla yacía un hombre en estado de coma, conectado a diversos equipos que registraban su respiración y ritmo cardíaco. Sus manos estaban quietas, apoyadas a los costados del cuerpo, y su rostro, sereno no mostraba reacción alguna ante lo que ocurría.Una mujer vestida de blanco, con un vestido sencillo, se acercó al extremo de la camilla. Sostenía un pequeño ramo de flores y se inclinó lo suficiente para depositar un beso en sus labios. Con movimientos precisos, le colocó el anillo en su dedo, para luego colocarse uno a sí misma, recordando que él no podía hacerlo.La declaración del juez había concluido, la acción de la mujer completó lo que la ceremonia exigía, y en ese espacio clínico, oficialmente, se habían convertido en esposos.Sin embargo, nadie contaba con que, al poco ti
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