Sombras al acecho
El frío de la madrugada se colaba por cada rendija de la habitación, pero Ana no sentía el frío. En su pecho ardía un fuego inquietante, una mezcla indomable de miedo y determinación que la mantenía despierta, como si el cuerpo le rogara descansar pero la mente no se lo permitiera. La última semana había sido un torbellino incesante de imágenes fragmentadas, voces susurrantes y sombras que la acechaban en cada rincón, sin tregua.
Había algo distinto esta vez. Algo que no se podía ignorar.
Desde aquella noche en la que el reflejo en el espejo le había susurrado su nombre con voz dulce y oscura, invitándola a “venir a casa”, Ana no había logrado encontrar paz. La calma parecía un lujo lejano, como si la tormenta dentro y fuera de ella se hubiera desatado para quedarse.
Pero lo que más la inquietaba no eran solo los recuerdos o la voz que le había hablado desde el cristal, sino la sensación permanente de que no estaba sola.
Había oído pasos, susurros cargados de amenaza