La sombra del Círculo
La noche se había cerrado como un manto pesado sobre la ciudad. La lluvia había cesado, pero el aire seguía frío y denso, cargado con un aroma metálico que me hizo apretar la mandíbula. Ana estaba a mi lado, sus dedos entrelazados con los míos, temblando apenas, aunque su mirada brillaba con una mezcla de determinación y miedo. El viento arrastraba hojas secas por las aceras, y a lo lejos, las luces amarillentas de los faroles parpadeaban como si también quisieran advertirnos de algo.
—¿Sabes qué es ese grupo? —pregunté, sin apartar la vista de la calle vacía frente a nosotros.
Ana asintió, tragando saliva.
—Lo llaman el Círculo —dijo en un susurro apenas audible—. Son los guardianes, o al menos eso creen algunos. Otros dicen que son los verdaderos dueños de los espejos, quienes controlan lo que puede cruzar de un lado a otro.
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda, una mezcla de frío y miedo que no tenía que ver solo con la temperatura. Mis pensamientos se agol