El sábado a las diez en punto, Adriano estaba en el parque. No llevaba traje, sino unos jeans y una sudadera, intentando parecer menos intimidante, más accesible. El frío de los últimos días había dado paso a un sol pálido de finales de invierno que no lograba calentar el hielo que se había instalado entre Charlotte y él.
Ella llegó puntual, empujando la sillita de Sophie. Su rostro era una máscara serena, impasible. Cumpliría su palabra. Relación estrictamente co-parental.
—Buenos días —dijo él, con cautela.
—Buenos días —respondió ella, desabrochando el arnés de Sophie—. Tiene el biberón en la bolsa. Y una muda de ropa. La merienda es a las doce.
—Gracias.
Tomó a Sophie en brazos. La niña lo miró con sus grandes ojos verdes y le sonrió, un rayo de sol en medio de la gélida atmósfera. Le partió el corazón.
—A las dos la recojo —dijo Charlotte, y dio media vuelta para irse, como había planeado.
Fue en ese momento cuando dos figuras femeninas se acercaron por el sendero. Adriano las re