El sonido de la puerta cerrándose de golpe resonó en el silencio del apartamento como un disparo. Charlotte permaneció en el suelo, abrazándose las rodillas contra el pecho, temblando de una mezcla de rabia, dolor y una tristeza tan profunda que le costaba respirar. Las lágrimas caían sin control, salpicando la alfombra. No lloraba solo por las palabras crueles de Adriano, sino por la muerte de todo lo que habían construido, por la familia que había imaginado y que ahora se desvanecía en el aire como humo.
Pasó la noche en vela, acurrucada en el sofá, escuchando cada ruido del edificio, esperando, a pesar de todo, que él regresara. Que llamara a la puerta, se disculpara, la abrazara y le dijera que había sido un idiota. Pero la única llamada que recibió fue de Harris a la mañana siguiente.
—Charlotte —dijo su abogado, su voz cuidadosamente neutral—. Jacob Williams acaba de contactarme. El señor Rinaldi está solicitando una revisión inmediata del acuerdo de custodia de Sophie. Alega...