Charlotte pasó la noche en vela, las tres pruebas de embarazo escondidas como un secreto explosivo en el cajón de su mesita de noche. Cada patadita imaginaria, cada oleada de náuseas, era un recordatorio de la vida que crecía dentro de ella y de la tormenta que se avecinaba.
Al día siguiente, llamó a Adriano.
—¿Puedes pasar por casa esta noche? —preguntó, tratando de que su voz sonara normal—. Necesito hablar contigo.
—¿Pasa algo con Sophie? —su tono fue inmediatamente alerta.
—No, Sophie está bien. Se trata de nosotros.
Una pausa cargada al otro lado de la línea.
—Estaré allí a las ocho. — La espera fue una tortura. Cada minuto que pasaba, la certeza y el miedo se enredaban más en su interior. Cuando por fin llamaron a la puerta, su corazón se aceleró hasta dolerle. Adriano entró con una sonrisa cansada, dejando su abrigo en el perchero. —¿A qué viene tanta formalidad, *tesorina*? —preguntó, acercándose para besarla.
Ella se apartó suavemente, incapaz de soportar el contacto.
—Siént