ELIO
Cierro la puerta detrás de mí, y el silencio de la casa me envuelve. No es el silencio frío de un lugar vacío, es un silencio cargado, casi vibrante. Como si las paredes contuvieran la respiración, como si el aire mismo esperara lo que sigue.
Mis ojos se posan en ella. Sofía. De pie, inmóvil, la luz de la lámpara resbalando sobre su cabello. La mesa está puesta, la cena nos espera. Pero no es la mesa lo que atrae mi mirada. Es ella. Sus manos tiemblan imperceptiblemente, sus ojos buscan los míos sin atreverse a aferrarse demasiado tiempo.
Debería avanzar, romper este vacío. Sin embargo, me quedo parado, prisionero de una paradoja: la quiero, la temo.
SOFIA
Lo miro. Finalmente. Elio está aquí, y por una fracción de segundo, tengo ganas de correr hacia él, abrazarlo como antes. Pero algo me detiene. Quizás la fatiga en sus ojos, quizás la máscara aún pegada a su piel.
Entonces me quedo en mi lugar, con la garganta apretada.
Los empleados han preparado la cena como siempre. Sin emb