Sofía
Algo me saca del sueño.
Un escalofrío que no es de frío, ni de angustia.
No. Un calor preciso, agudo, casi sagrado.
Una lengua, unos labios, un aliento.
Entre mis muslos.
Él está allí, ya.
Y lo siento degustarme como si quisiera entenderlo todo de mí. Como si buscara la memoria de mi cuerpo en cada estremecimiento.
Permanezco inmóvil.
Contengo la respiración.
Floto entre el sueño y la éxtasis, entre el olvido y la ofrenda.
Su lengua se demora, dibuja, presiona y vuelve a empezar.
Me saborea lentamente, sin apresurar mis caderas, sin buscar contenerme.
Me anima a abrirme, a vibrar.
Él espera que mi cuerpo le hable, de verdad.
Un gemido asciende de mi garganta, bruto, desordenado.
Él se detiene un segundo. No para dejarme respirar.
Para saborear lo que acaba de provocar.
Luego continúa, más profundo, más seguro, más arraigado.
Él me devora.
Con la paciencia de un hombre que quiere merecer cada suspiro.
Con la devoción de un condenado en busca de graci