Sofía
La mañana es pálida, pálida como una verdad que no se quiere enfrentar.
Casi frágil, casi falsa.
Pero todo en mí es cortante, árido, agrietado por todas partes como una tierra que no ha conocido la lluvia en semanas.
Permanezco acostada un largo momento, la respiración suspendida, la mirada fija en el techo que realmente no veo, y siento, detrás de mí, el calor constante de Elio, su presencia demasiado cerca, demasiado densa, demasiado real para ser ignorada, incluso si no se mueve, incluso si no dice nada, incluso si finge.
Él respira lentamente, demasiado lentamente para ser sueño, y lo sé: no está durmiendo.
Nunca duerme cuando quiere controlar.
Y esta noche, él lo controló todo.
Mi silencio.
Mi vértigo.
Mi olvido de mí misma.
Me levanto de la cama como si arrancara una herida mal cerrada.
Cada músculo tira, protesta, recuerda.
Mis piernas son pesadas con un peso que no elegí, mi vientre aún palpita por sus golpes, y mis caderas, aún marcadas por sus manos, me recuerdan la vi