Elio
Ella se ha ido.
No enfadada.
No llorando.
No rota como las demás.
Solo… erguida. Presente. Viva.
Y quizás eso es lo que más me mata.
Sigo aquí, solo en esta sala demasiado amplia, demasiado fría, sintiendo la mordedura de su ausencia imprimirse en mi piel.
Su perfume aún está aquí, suspendido en el aire, en mi ropa, en mis nervios a flor de piel.
Su voz también resuena.
Sus palabras. Cortantes. Injustas. Verdaderas.
Quieres controlarlo todo.
Quieres que te acerquen, pero a la distancia que tú fijas.
Quieres una cómplice, una amante, una marioneta. No una igual.
Aprieto los dientes.
Podría romper algo.
La mesa de café, la lámpara, un vaso vacío, mi mano.
Pero me quedo inmóvil. Congelado como un niño al que le acaban de quitar su juguete favorito.
Salvo que no es un juguete.
Es ella.
Y no me pertenece.
Me dejo caer en el sofá.
Mi cabeza se inclina hacia atrás.
Cierro los ojos.
Y durante un segundo, un pequeño segundo, me pregunto qué pasaría…
Si bajo las armas.
Si digo todo. Realme