Sofía
Me quedé acurrucada contra él.
No mucho tiempo.
Solo lo suficiente para sentir su aliento ralentizarse contra mi cabello.
Solo lo suficiente para escuchar, en el silencio, el latido limpio de su corazón contra mi sien.
Solo lo suficiente para que pensara que me había tenido.
Entonces retrocedí.
Lentamente.
Deliberadamente.
Sin brusquedad, pero con una precisión quirúrgica.
Cada milímetro ganado sobre su piel era un territorio recuperado. Una frontera que redibujaba.
Sus manos permanecieron allí, suspendidas en mis caderas como dos garras abiertas.
No del todo listas para soltar.
No del todo capaces de retener.
Como si no entendiera.
Como si nadie jamás se hubiera despegado de él después del calor.
Como si, en su mundo, una vez encendido el fuego, consumiera todo.
Me levanté.
Ajusté mi vestido, un gesto inútil pero necesario.
Reajusté mi aliento, mi columna vertebral, mi mirada.
Y retrocedí aún más.
No una fuga.
Una afirmación.
Lo miré.
Directo a los ojos.
Y hablé.
— ¿Crees que p