El amanecer se filtraba tímido por las pequeñas rendijas del búnker. El aroma a café recién hecho llenaba el ambiente, mezclándose con el sonido metálico de sartenes. Mikko e Iván ya estaban despiertos, preparando algo de comer en la pequeña cocina.
Dante, sentado en una de las sillas, observaba en silencio hasta que sintió la presencia de Serena acercándose. Ella todavía estaba un poco pálida por la noche anterior, pero sus pasos eran firmes.
—¿Cómo te sientes de la herida? —preguntó, inclinándose para apartarle un poco la camisa.
Dante arqueó una ceja.
—Me siento bien… —respondió—. Pero no más de lo que debería.
Serena retiró la venda con cuidado. La herida estaba cerrando de forma impecable.
—Está sanando perfectamente —dijo con un leve suspiro de alivio.
Dante la miró unos segundos, antes de dejar escapar una sonrisa fugaz.
—Ahora eres tú la que necesita comer.
—Quiero un sándwich de queso derretido y pollo —dijo ella, con una voz casi infantil.
Sin decir palabra, Dante