La fortaleza respiraba con estertores cortos. Los hombres de guardia patrullaban con los fusiles pegados al pecho, las linternas barrían el exterior como ojos mecánicos. Dentro, la sala de guerra olía a café frío y a tensión. La confesión de Bruno había abierto una ruta; ahora tocaba seguirla hasta el final. Dante lo había dicho: encontrar la red no bastaba, había que arrancarle la cabeza.
Mientras los equipos forenses procesaban la furgoneta y las piezas halladas, Dante pidió un registro completo de los obreros y trabajadores que habían estado dentro del perímetro en los últimos meses. Nombres, rostros, turnos. Serena se movía entre las mesas como un relámpago tranquilo; cada número en la lista era una hipótesis. Iván y Mikko vigilaban las entradas; Mikhail dormía con un ojo abierto. Nadie podía permitirse descuidos.
Iván volvió de la inspección con la mandíbula apretada. Traía en la mano una vieja fotografía plastificada que había encontrado en un compartimento del taller: una ima