La noche había caído con una densidad que parecía tragarse el sonido. No había estrellas, solo el resplandor lejano de las luces en el horizonte, donde se ocultaba el enemigo. A lo lejos, la finca de Lorenzo se alzaba como una bestia dormida: rodeada de muros, cámaras, y hombres armados que patrullaban como sombras sin alma.
Dante observaba el panorama desde un risco, con los binoculares en una mano y el corazón latiendo como un tambor de guerra. A su lado, Serena estaba inmóvil, concentrada. La brisa nocturna agitaba su cabello rojo como llamas en la oscuridad. Mikhail estaba detrás, revisando el mapa táctico junto a Sergey y Miko, mientras Iván daba órdenes a los francotiradores distribuidos en los puntos estratégicos.
—Lorenzo tiene más hombres de los que esperábamos —murmuró Sergey, con la voz apenas audible—. Pero no sabe que lo rodeamos por completo. Si movemos la línea de ataque ahora, en veinte minutos estaremos adentro.
Dante asintió.
—Esperaremos la señal de Mikhail. Nadie s