La mañana amaneció con un aire de hierro. El rugido de los motores retumbaba en el patio de la fortaleza mientras Serguei reunía a sus primos. Todos vestidos de negro, con chalecos discretos, cargaban cajas de equipo como si fueran soldados en misión.
—Andiamo —dijo Serguei en italiano, con esa voz que imponía respeto—. Hoy aseguramos la iglesia y el salón.
La Iglesia de San Pedro
El grupo llegó primero a la Basílica de San Pedro, el templo más majestuoso de Roma. El eco de sus pasos resonaba bajo las cúpulas mientras instalaban discretas cámaras de reconocimiento facial en columnas y altares secundarios.
Uno de los primos desplegó un monitor portátil y lo conectó a las microcámaras. Los rostros eran capturados y comparados en tiempo real con una base de datos enviada desde Rusia.
—Проверь этот угол. Слепая зона. (Revisa esa esquina. Punto ciego).
—Согласен. Ставим ещё одну камеру. (De acuerdo. Ponemos otra cámara).
Serguei tradujo al italiano para Dante, que los acompañaba.
—Dicen