La mañana siguiente amaneció con un aire de expectativa. Sergei había cumplido su palabra: desde su habitación, con un teléfono seguro, se comunicó en ruso con sus primos en Ucrania. Su voz grave y solemne no dejó espacio a dudas.
En menos de doce horas, un avión privado partió hacia Kiev con tripulación de confianza. La aeronave regresó al anochecer, aterrizando discretamente en un aeródromo cercano a la fortaleza. De su interior descendieron seis hombres enormes, de hombros anchos, todos vestidos de negro, con maletines metálicos y cajas de equipo.
Al llegar a la fortaleza, se presentaron con disciplina militar.
—Мы семья. Мы здесь, чтобы защитить её. (Somos familia. Estamos aquí para protegerla).
Sergei tradujo al italiano para Dante y Serena:
—Ellos dicen que somos familia. Que están aquí para protegerla.
La bienvenida fue cálida. Los recién llegados desplegaron su arsenal: cámaras de seguridad de última generación, monitores de alta resolución, inhibidores de frecuencia, detect